HOJAS CAÍDAS DEL ÁRBOL DE SABIDURÍA: EL TRIGO Y LA CIZAÑA.

octubre 27, 2018

Enero 8/2012

“SED UNOS, Y SI NO SOIS UNOS, NO SOIS MÍOS”– dice el Señor.

Jesús aboga por la unión de sus iglesias, pero no puede haber unidad si falta la Luz de la Verdad, la Luz de Cristo y del Espíritu Santo; la emanada del manantial del propio Dios Todopoderoso. Esa Luz, que brilla con fulgor cegador, de la que doy testimonio por haberla vivido en mi carne durante 8 horas, la madrugada posterior al día de mi bautismo, 7/feb/1994, es la única que irradia los corazones y aclara el intelecto, vivificándolo según el poder del Padre Celestial, cuya potencia está en todas las cosas y da vida a todas las cosas, para que todas las cosas testimonien de Él.

¿Quién puede decir que no hay vida donde hay movimiento sin fuente acreditada? La Ciencia humana sabe cabalmente que al hombre le resulta imposible lograr el movimiento perpetuo; sin embargo, este se manifiesta en millones de constelaciones del universo. El cosmos entero es una alabanza a quien vivifica la muerte y mata lo vivo, según la dispensación de los tiempos y el espacio; según Su sabia voluntad.

La Luz que anima todas las cosas, también rige todas las cosas a través de estatutos con vigencia eterna. Sí, el poder del Dios altísimo gobierna de eternidad en eternidad, cercenando las fronteras del tiempo y del espacio más allá del alcance del limitado conocimiento y capacidad de deducción del ser humano.

Y el que rige tanto lo comprensible como lo inescrutable, dice que si Él es uno y está en todas las cosas, todo pensamiento que le reconozca debe atarse a Sus preceptos y regirse por ellos o no será de Él; no pertenecerá a Él, sino a su opuesto, pues no hay terceras partes implicadas ni nadie es exento de la lucha espiritual contra el infierno. O con Cristo, o contra Cristo; y eso se cumple y cumplirá en todos los estados del alma.

Si un mismo Espíritu funda todas las iglesias, ¿por qué se pretende asumir para sí el cartel de “Iglesia Verdadera”, mientras se viola línea sobre línea y precepto sobre precepto, del único Evangelio válido? ¿Cómo es posible acreditarse como única iglesia santificada, violando al mismo tiempo órdenes explícitas del Creador de la iglesia?

«… vanidad son los hijos de los hombres, mentira los hijos de varón; pesándolos a todos igualmente en la balanza, serán menos que nada.»– (Salmos 62:9).

He aquí una hoja caída del árbol del conocimiento del Edén de Dios; la explicación de la milenaria parábola de ‘El Trigo y la Cizaña’: El campo es el mundo, y los apóstoles los sembradores de la buena semilla. Al dormirse estos, el destructor, el antiCristo devorador de iglesias, irrumpe en ellas y siembra la cizaña. La ramera Babilonia de final apocalíptico ha logrado que todas las naciones beban de su cáliz; sin importar el nombre humano, esa habitante de la tierra, ese nido deambulante de satanás, vive en cada país y tiene muchos tronos; pero una misma máscara cubre una única faz.

Al tener poder para reinar en la Tierra, en cada iglesia de cualquier denominación, satanás procura una porción de su reino, engañando con sutilezas de humanidad y falsa caridad, sembrando la cizaña en la tergiversación, humanizando lo sagrado, violando con gloria de hombres, ordenanzas que proceden de lo divino.

Así la cizaña quiere ahogar al trigo; hace huir la iglesia fiel, confinándola a soledad de desierto. Pero el trigo es el fruto que Dios recolectará, de una forma u otra, y más allá de los violadores de leyes, cada buena espiga será tomada y llevada por ángeles recolectores a los almacenes celestiales, en cumplimiento del Plan de Redención. Y al final, la cizaña (por libre albedrío), será recolectada para los hornos infernales que prefirió.

Y esta es la cizaña: el ansia por el poder y las riquezas… la gloria humana. La cabeza eclesiástica ufanada durante siglos en acumular jerarquía y patrimonio: rango sobre realezas y sobre lo mundano, acopio de fortunas, inmuebles, arte iconográfico, pictórico, y joyas de todo tipo; miles de millones de euros nutriendo la avaricia en todo el mundo, aunque el escudo de justificación sea la «defensa del patrimonio cultural e histórico«.

¿Acaso es la cultura lo que salvará al hombre? ¿O el oro y la plata? ¿No es la fidelidad a Cristo? ¿Acaso esos hábitos siguen las instrucciones precisas y claras de Jesús de Nazaret? ¡No! No es cultura ni riquezas lo que conduce a la Redención eterna, sino la obediencia por fe; el Señor fue muy claro respecto a esto, en Mat 6:19-21:

«No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.»

¿A qué espíritu obedecen entonces? Al Espíritu Santo no, desde luego. Cada clérigo de toda denominación cristiana, con excesiva devoción por dinero o fama, niega al Señor; jugará con las cartas que el demonio desea que se juegue, no con las que Jesús legó, y deberá pagar un alto precio de castigo. Si se pierde en ellos, en lugar de fundarse en los pilares que demanda el Cristo, cae en rebeldía. Si se pretende seguir tras Su Cruz, debe buscarse la gloria de la difusión del Evangelio y la constante amonestación contra el pecado, que guía a la aflicción del espíritu, al arrepentimiento, al perdón y a la salvación eterna. No debe tomarse a la ligera la gracia clavada en el calvario del Gólgota.

Quien procura su propia salvación, debe olvidarla si atenta contra muchas órdenes de Cristo respecto al dinero y la jerarquía. Siendo específico: hay 14 versículos que instruyen sobre el comportamiento respecto al poder, y otros 14 respecto al dinero; o sea, número perfecto: cuatro veces siete, advirtiendo sobre la importancia de obedecer. Solo tienen que buscarlos como yo lo he hecho por mandato del Señor.

Y no se niega la labor de iglesias a favor del hambriento, sino que se dice que hacer las cosas según lógica humana, es negar a Jesús, quien no vino a perder el tiempo, sino a que se le escuchara. Lo que se señala es que, al violar la ley de las riquezas, en esos tesoros ‘donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan’, se niega esperanza a otros millones de seres marginados por la sociedad, que podrían tener más apoyo financiero para sembrar alimentos, comprar ganado, buscar agua en los sitios donde se vive en su carencia… Regalar más esperanza y apoyar más Esperanza, dando testimonio de la esperanza que hay en el amor de Cristo Jesús; dando a los desarraigados de la tierra, los olvidados del planeta, el máximo de semillas y frutos del amor: La demanda del Señor. ¿Cómo puede hablarse de amor y Evangelio a quien, conociendo el lujo de las iglesias, no puede alimentar a su familia?

Hay muchas otras violaciones de las ordenanzas del Cristo; la de Mat 23:9 es directa:

«Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra; porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos.»

Una orden quebrantada en miles de iglesias donde la teología humana entró para alterar un precepto del mismo Cristo. A día de hoy se da justificación sobre esto. ¡Cuanta soberbia Señor! El ser humano puede hacerse emperador en el reino de la excusa; pero no evitará por ello el juicio por violación de la Ley Celestial. No es un asunto banal, sino que tiene suma importancia; el Hijo de Dios bajó con la sabiduría del Altísimo; se las sabía todas, y se las sabía mejor que nadie. Era, es y será, el más listo de la clase.

El Señor sabe que los actos de encumbramiento personal buscan la sumisión del hombre por el hombre. Quien necesita acudir al retrete para evacuar cada día, a quien Dios le recuerda cuánta corrupción y cuán poca ‘santidad’ hay en él, obliga a otro, con igual podredumbre que él, a besar su mano o rendir pleitesía, cuando vemos que en la propia Biblia, la ‘piedra de la iglesia’, se instruye sobre humildad en Hch 10:26:

…Mas Pedro le levantó, diciendo: “Levántate, pues yo mismo también soy hombre.»

Hasta los ángeles tienen prohibido recibir pleitesía de hombres, según Apo 22:8-9:

«Yo Juan, soy el que oyó y vio estas cosas. Y después que las hube oído y visto, me postré para adorar a los pies del ángel que me mostraba estas cosas. Pero él me dijo: Mira, no lo hagas; porque yo soy consiervo tuyo, de tus hermanos los profetas, y de los que guardan las palabras de este libro. Adora a Dios.»

Jesús sabe cuál es el peligro de ufanarse en el poder: la egolatría, el exceso de adoración por sí mismo. Su instrucción sobre el amor es contraria: darse a los demás, considerarse menor que los demás. Lo ordena explícitamente en Mat 20:26-27:

«Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo…»

Y es que la egolatría arrastra a la soberbia, y esta a la vanidad, formando las tres una cadena de eslabones fundidos que les unce desde el cuello al diablo.

El Señor desea que en toda Su casa entre la Restauración de Su Evangelio original, pues el de hoy está alterado por justificación humana: corrupto, tergiversado, y por ello, débil. Su Palabra está retoñando y la yerba brota, pero aun es tierna. Y he aquí, los ángeles segadores claman a Él noche y día para ser enviados a la siega y poder gozar por fin de las promesas hechas a ellos mucho tiempo atrás. Mas Jesús les dice:

“No arranquéis aun la cizaña pues los buenos brotes están aun tiernos (de cierto es débil la fe), no sea que destruyáis también el trigo. Dejad pues que crezcan juntos trigo y cizaña hasta que la cosecha esté madura. Entonces recogeréis primero el trigo, entresacándolo de la cizaña, dejando el campo listo para la quema”

Y así dice el Señor a Sus sacerdotes genuinos, los fieles a Él:

Sois herederos legítimos y habéis sido ocultos del mundo con Cristo, en Dios. Por tanto, vuestra vida y abnegación fiel permanece, y es necesario que permanezcan en vosotros y en vuestros linajes hasta la restauración de todas las cosas declaradas por los profetas desde el comienzo del mundo. Benditos sois si perseveráis en mi bondad, siendo una luz a los gentiles.”

El Señor lo ha dicho. Amén.

El sacerdocio de la amonestación se da para aclarar al confundido, y que esa claridad le lleve a la aflicción sincera, para que la congoja del corazón le guíe al perdón del Cristo en vida, antes de que haya que ir al juicio como espíritu en muerte; solo así se podrá evitar el sufrimiento, la purga en el infierno. El perdón llevará a la prueba imprescindible de obediencia, y si vencen, su nombre será inscrito en el Libro de la Vida, asegurándole una morada en alguno de los 3 reinos de gloria. No olviden que Pablo habló en 2ªCo 12:1-6, sobre el «tercer cielo» (Paraíso)… y ello implica que hay también un 1º y un 2º.

Y si la confrontación conduce al odio en lugar de al arrepentimiento, entonces es porque ese corazón no pertenece al Salvador; no será tratado como trigo, y tratamiento de cizaña será su única expectativa.

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