Enero 18/2012
En el mundo, menos de la tercera parte de la población mundial, menos de dos mil millones de seres humanos, confiesan a Cristo. Y esa porción aun se divide más en cientos de confesiones cristianas distintas; sin embargo, todos dicen que son la iglesia verdadera. Eso nos lleva a dos interrogantes:
1- ¿Cuál es en realidad la iglesia verdadera?
2- ¿Por qué se han separado y distanciado tanto unas de otras?
La 1ª cuestión se zanja rápido: La iglesia auténtica da fidelidad absoluta a las ordenanzas, instrucciones y consejos de Jesús de Nazaret. Y quisiera repetirlo: funde, clava, y suelda cada palabra de Cristo en el corazón de cada feligrés. Si se hace así, si ante cada acto uno se pregunta ‘¿Cómo actuaría Jesús en esta situación?’, el corazón dará siempre la respuesta adecuada. Cada iglesia que fije este concepto en cada uno de sus miembros, podrá decir al menos que no es infiel al Señor. Ese es el principio de la fe… y de la fidelidad a Jesucristo.
La 2ª cuestión, el por qué de tanta división, está atada al concepto anterior, pues se divide al fallar la obediencia a la Palabra original, por el afán de gloria de hombres contra la que siempre alertó Jesucristo. El poder jerárquico, como aberrado semen del antiCristo, fecunda a la iglesia con tres fetos ominosos: egolatría, soberbia, y vanidad; tres eslabones inseparables que darán vida a la cadena que enyugará a todo embarazado, desde su propio cuello, hasta el grillete del diablo.
En el 2007, durante un tiempo de ayuno y oración, que al final duró un año entero, le pedí al Señor que me llevara a una iglesia que le fuera fiel. Me hizo saber que a día de hoy, ninguna iglesia lo es. Sin embargo, después de ser discipulado y disciplinado, en el 2011, me llevó a la iglesia establecida a través del apóstol Pedro, que luego se perdió por las abominaciones y supercherías sacerdotales, y que Él restauró de nuevo en la primera mitad del siglo XIX: La iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, conocida popularmente como ‘iglesia mormona’, porque, además de las Escrituras comunes al cristianismo, se fundamenta en el Libro de Mormón, el Evangelio de Cristo sin tergiversaciones ni censuras.
Y esto lo sé porque el propio Señor Jesucristo me lo confirmó cuando le pregunté bajo oración, con el Libro de Mormón en la mano: «Si ésta es tu palabra, dime con tu palabra que ésta es tu Palabra«, y luego abrí el libro; lo hizo por 3Nefi 12. Sorprendido, me vi leyendo el sermón del monte que aparece en el libro de Mateo, capítulo 5, sobre las bienaventuranzas. Respondió categóricamente mi oración: Me dijo, con su palabra conocida por mí del sermón del monte, en lectura del Nuevo Testamento, que el Libro del Mormón era «Su Palabra». Y doy mi testimonio.
El Libro de Mormón es, sin lugar a dudas, el libro que, de forma perfecta, nos permite conocer mejor al Señor Jesucristo; no he leído otro libro que me haya hecho sentir más cerca de Jesús.
Hoy, esa iglesia no es la misma restaurada por el propio Jesús a través de José Smith; sigue existiendo el Libro de Mormón, pero los líderes actuales (como muchos líderes de otras confesiones cristianas), se avergüenzan de Cristo y censuran todos los versículos de advertencia del Señor, propugnando sólo las promesas. Pero la Palabra de Dios es siempre la misma; son los hombres quienes la alteran según su arrogancia, creyéndose capaces incluso de mejorar el Evangelio perfecto venido de lo alto. Tal gloria humana, crea las corrientes separatistas del río de Dios, desmembrándolo y debilitando la eficacia del Evangelio.
Llegados a aquí, el Señor lanza la primera reprimenda:
“Sed unos; y si no sois unos no sois míos.”
Hay iglesias que no creen en el Espíritu Santo, aunque sus propias Biblias testifican de Él. Y hay iglesias que llaman ‘padres’ a sus pastores, yendo contra el mismo Jesús:
«Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra; porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos.» [Mat 23:9]
También hay iglesias que almacenan joyas, obras de artes y patrimonio inmobiliario, y que además accionan en bancos mundanos, pese a otra instrucción del Señor:
«No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. [Mat 6:19-21]
Hay iglesias, de distintas confesiones, donde los pastores se afanan tanto en el dinero que olvidan Su ordenanza prioritaria, dada en Mar 16:15:
Y les dijo: «Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura«.
Jesús nos legó un manual de Instrucciones perfecto para que lo siguiéramos tal cual, pues Él mismo era el Espíritu de la letra, por orden del propio Dios. Así que no hay necesidad de enmiendas, sino de la Restauración del Evangelio original. Sin embargo, muchos no dudan en alterar la letra de origen divino, mediante teología corruptible.
Ahora bien, sobre el Plan de Redención de Cristo, Él mismo dice:
“Mediante la redención en la Cruz del Calvario, ejecutada a favor del género humano, se lleva a cabo la resurrección de los muertos. Y la unión del espíritu y el cuerpo es lo que da lugar al alma humana.”
Así, la resurrección de los muertos es Plan de Dios: cada alma redimida ocupará el sitio que le corresponda en los distintos reinos de gloria diseñados desde el inicio de los tiempos. Y cada reino con su propia y legítima ley. De modo que los hallados aptos para habitar el reino de mayor gloria, el celestial, serán inmortales y vivirán junto a Dios y a Jesús por toda la eternidad, según se cumpla la ley celestial establecida.
Y los que no puedan ser santificados por esta ley, que es de Cristo, deberán heredar otro reino entre el terrestre o el telestial, según proceda. Pues quien en su juicio final no haya sido hallado obediente a la ley celestial, no podrá soportar la gloria celestial.
Asimismo, quien no haya obedecido la ley del reino terrestre [no en esta Tierra, que habrá desaparecido, sino en otra creada para el efecto], no puede soportar una gloria de ese reino. Y de la misma forma, quien no haya sido hallado tampoco en obediencia a la ley del reino telestial, no podrá resistir la gloria establecida para ese sitio y no tendrá cabida en él. Entonces, el único sitio que quedará disponible es un reino que no es de gloria, sino de punición, junto a satanás y sus ángeles.
Así, todos seremos vivificados y cada cual irá al reino al que pertenezca… según los actos realizados durante su etapa en la carne. Los que hallen su muerte siendo de un espíritu celestial, esforzados en perfección, en alineación con los estatutos de Dios, recibirán un cuerpo perfecto de carne y huesos, tal como el que Jesús mostró a sus discípulos cuando se presentó ante ellos después de su resurrección. [Luc 24:36-40]:
“Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo.”
En general, según el reino asignado luego del juicio final, así será la porción de gloria recibida. Por eso es que Jesús dice en Apo 2:23:
«Y a sus hijos heriré de muerte, y todas las iglesias sabrán que yo soy el que escudriña la mente y el corazón; y os daré a cada uno según vuestras obras.»
Especificado luego en Apo 20:13:
«Y el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras.»
Y aquí hemos llegado a la parte más importante, porque todas estas cosas sucederán en su debido tiempo, pero pertenecen a un futuro indefinido que solo Dios sabe a qué tiempo corresponde. La cuestión es: ¿Estaremos vivos cuando Jesús regrese a juzgar?
No lo sabemos, pero sí que somos vulnerables y que algún día esta carne morirá. Cualquiera puede ser llamado dentro de un rato, mañana, el mes que viene o un año próximo o lejano. Así, hablemos de presente: hasta que Jesús venga a establecer el Plan de Dios, solo hay dos reinos: el Paraíso, y el Hades, explicados muy bien en la parábola del rico sin nombre y Lázaro, el mendigo, en Luc 16: 19-31.
El Paraíso es un sitio de perfección donde, por ley de Dios, no habitará corrupción. De modo que el cristiano que muera en falla deberá esperar en el otro sitio, el infierno, hasta que Cristo torne y le asigne en juicio el reino que le corresponda según sus obras en la carne. No habiendo pecados pequeños, sino el concepto general de pecado por desobediencia, a Jesús habrá que esperarle allí. Y, ¿de cuánto tiempo hablamos?
Pues la ortodoxia judía, basada en Sus Escrituras, recogidas con celo desde Moisés, dicen que estamos en el 5770, o sea, a finales del sexto milenio. Y si Cristo viene en el séptimo milenio según 2Pe 3:8 «Mas, oh amados, no ignoréis esto: que para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día.» Por lo del “día del reposo del Señor’, el día que vendrá Jesús a establecer ese reposo definitivo, el día séptimo, entonces estamos ante la dura realidad: esta generación probablemente tendrá que esperarle durante algo más de dos siglos… bajo el tormento de satanás. ¡Esa es la real situación que enfrentamos!
Y mientras eso ocurre, dado que el espíritu es inmortal por su naturaleza, hay ya miles de millones de fallecidos sufriendo las consecuencias de sus pecados, desde el primer milenio, hasta su futuro regreso: todos los que murieron violando la Ley de Dios.
Jesús prometió que todo el que le confesara sería salvo, pero no inmediatamente. Hay casi 50 versículos de Él que advierten sobre la etapa de castigo. Ej Apo 3:19:
«Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete.”
Es la perspectiva que ninguna iglesia debate, pues a satanás le interesa una iglesia tolerante y autocomplaciente, sumida en su nirvana; adormecida como si le hubieran suministrado un opiáceo. Y así es en efecto, con los dardos del enemigo de Dios, cuyas puntas son previamente humedecidas en la miel de la gloria de hombres. Una iglesia auto justificada en la falsa ‘paz’ que reina hoy en la mente de muchos ‘líderes’ cristianos que ignoran con premeditación que Jesús dijo en Luc 12:49-53:
«Yo he venido a prender fuego en el mundo; y ¡cómo quisiera que ya estuviera ardiendo! Tengo que pasar por una terrible prueba, y ¡cómo sufro hasta que se lleve a cabo! ¿Creen ustedes que he venido a traer paz a la tierra? Les digo que no, sino división. Porque de hoy en adelante, cinco en una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres. El padre estará contra su hijo y el hijo contra su padre; la madre contra su hija y la hija contra su madre; la suegra contra su nuera y la nuera contra su suegra.»
Y en efecto, el mundo está ya ardiendo, pero la iglesia no quiere enterarse; no quiere que la despierten… no sea que a papá diablo le moleste y haga pupita. Para muchas iglesias es mejor ser políticamente correctos y no contrariarle; les resulta más cómodo que correr el riesgo de alzar la voz de la Verdad como hizo Cristo, advirtiendo del terrible castigo que espera a todo aquel que vive y muere violando las leyes de Dios, pensando que no pasará nada, que las advertencias del Salvador sólo son un mito.
¡Dios nos pille alineados en fidelidad a Cristo! Yo al menos lo intento; sí que lo intento. Me juego la paz eterna en ello.
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