Todo el que sea amante del deporte, o de alguna forma esté vinculado a él, ha conocido en un momento determinado a deportistas con grandes cualidades que, llegado el momento de hacerlas patentes, demostrando la valía personal, en lugar de victoria obtienen fracasos estrepitosos. Es muy posible que en estos casos, el fracaso se deba a que su mente y su corazón no estaban preparados para la alta competición.
San Pablo, a lo largo de su legado epistolar, utiliza ciertas metáforas deportivas, para establecer un nexo con la forma en que debe manifestarse la vida cristiana en lo cotidiano.
El cristiano puede ser comparado a un corredor que lucha por lograr la meta, tal como lo describe Pablo en Filipences 3:13:
«Hermanos, no creo haberlo alcanzado aún; lo que sí hago es olvidarme de lo que queda atrás y esforzarme por alcanzar lo que está delante, para llegar a la meta y ganar el premio que Dios nos llama a recibir por medio de Cristo Jesús.»
Sin embargo, hay cristianos que fracasan en ese intento, ya sea porque son inscontantes, se cansan, desvían su atención hacia otros objetivos, etc. Las causas pueden ser muchas, pero el motivo real es uno solo: ‘no ponen su corazón en ello, alineándolo con el Señor.‘Por tanto, la pregunta que debemos formularnos es: ¿Dónde tenemos nuestro corazón? ¿Está nuestro corazón lejos de Dios? ¿Dirá el Creador lo mismo de nosotros, que lo que tuvo que decir en un momento determinado al pueblo de Israel, en Isaías 29:13?:
«El Señor me dijo: Este pueblo me sirve de palabra y me honra de labios para afuera, pero su corazón está lejos de mí, y el culto que me rinde es invento de hombres y cosas aprendidas de memoria. Por eso, con prodigios y milagros dejaré otra vez maravillado a este pueblo; la sabiduría de sus sabios y la inteligencia de sus inteligentes desaparecerán.»
Creo que una de las causas determinantes de la pérdida de la visión y la majestad de Dios en nuestra vida, está relacionada íntimamente con el abandono de algo tan importante como la ADORACIÓN. No hemos hecho suficiente énfasis en la adoración de Dios; no hemos hablado de ello en nuestros círculos espirituales, con nuestros hijos, amigos…; y así hemos perdido cada día un poco más del conocimiento de Dios, permitiendo que nuestro corazón se fuera llenando de otras cosas.
Necesitamos volver a adorar a nuestro Dios, pasar tiempo diariamente a solas con en su presencia, intentando contemplarle; así echaremos leña al fuego de nuestra relación personal con Él. Debemos poner diariamente nuestros planes ante su majestad y, desde una unión íntima, ser obedientes a la voz de Su Espíritu, que nos habla al corazón.
Hay urgencia de conocerle más cada día, estando dispuestos a sacrificar cualquier otra actividad para estar más tiempo a su lado, en actitud de adoración; si lo hacemos así, les aseguro que Él vendrá. Debemos imitar la actitud del niño que le encanta conversar y jugar con su padre; necesitamos ‘acercar nuestro corazón a Dios’.
El Señor Jesús nos enseñó como debe ser la verdadera adoración, cuando dijo que debíamos hacerlo ‘en Espíritu y en Verdad’ o sea, en consonancia con el Espíritu Santo y la Palabra de Dios. Debemos adorar con todo nuestro entusiasmo y alegría, pero, al mismo tiempo, en obediencia absoluta. ¡Es tan importante!
Nuestro corazón se está escapando lejos del Eterno, constantemente se distrae con las múltiples ocasiones que se nos plantea en esta vida gastronómica, automovilística, financiera, y Cibernética; abrumados por los adelantos en las comunicaciones: Video juegos, películas, absurdos programas de TV que lejos de enriquecer, perjudican al Espíritu…
¿Por qué no se detiene ahora mismo y comienza a adorarle? Comience dándole gracias por todas esas ocasiones en que ha acudido en su ayuda, a veces sin que le haya llamado… y a veces también, quizás, cuando ha venido sin que usted lo supiera, librándole de una mala situación que usted ignoraba. No lo deje para mañana; quizás hoy sea su día: ‘Adorar a Dios es unirse espiritualmente con Él‘.
A menudo estamos mucho tiempo con las cosas de Dios, pero hoy debemos dedicarle un tiempo también al Dios de las cosas. Digámosle por tanto:
«Padre, necesito tu presencia, necesito adorarte, necesito abrir mi corazón delante de ti.»
Nadie sabe qué pasará mañana; cualquier momento es el idóneo, ahora es su momento. Haga un balance de su vida delante de Dios, tome decisiones con buenos propósitos, a partir de ‘ya’. Y no me refiero a las buenas intenciones sin programa de actuación, que no le llevarán a ninguna parte, sino a decisiones maduras ante el Altísimo. Ore ante Él para obtener resultados positivos aquí en la Tierra, y excelentes condiciones para esa vida eterna que su Palabra nos promete.
Es lo que el Señor desea de cada uno de nosotros: un compromiso, no vanas palabras sin origen ni destino, que sean llevadas por el viento.
Con cariño, Pastor Daniel.
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