Febrero 4/2008
EL BULO DE ‘LUCY’ Y LOS OTROS.
No existen límites en el pensamiento humano; cuando liberamos la rienda de la imaginación y dejamos que ella trote, hurgando en lo desconocido como niño azorado y abierto a la incógnita que la vida le ofrece, la fantasía toma por asalto a la inteligencia y comienza a abrumarla con ideas y conceptos sorprendentes. Cito un ejemplo de ello en una anterior edición de ‘El Mundo’:
‘Uno de nuestros ancestros más lejanos se agacha en una cueva en África, manipulando una herramienta de piedra. El homínido, humano primitivo y potencial eslabón perdido, se corta y un chorro de sangre empapa el utensilio. Casi dos millones de años más tarde, un grupo de científicos descubre el instrumento, detecta restos microscópicos de sangre sobre su superficie y extrae el ADN. Se afirma que es el material genético humano más antiguo jamás encontrado. El estudio de ADN antiguo es una ciencia que se ha desarrollado mucho gracias a una serie de nuevas técnicas, que la hacen casi infalible.’
La siguiente declaración de Bonnie Williamson, investigador de la universidad sudafricana de Wits, luego de hallar restos óseos en las cavernas de Sterkfontein, cerca de Johannesburgo, Sudáfrica, fraccionó a la comunidad de arqueólogos:
«El ADN que encontramos pertenece a un individuo más avanzado que el chimpancé, pero menos que un ser humano, lo que apunta a un homínido»…»Tenemos la firme convicción de que el material genético hallado pertenece a un homínido, pero aún necesitamos realizar más experimentos para probar nuestra teoría». Agregó su colega de la universidad australiana de Queensland, Tom Loy.
Dicho de otro modo: insinuaron estar frente a los genes de un ‘Homo Habilis‘, supuesto ancestro directo del hombre actual… o del Paranthropus Robustus, un homínido de cara chata.
Alarma instantánea: no hubo consenso sobre esta tesis y descolló el escepticismo, pues la perspectiva de que una prueba genética sobreviva en medio del intenso calor del continente africano por ¡dos millones de años!, es imposible. Lo asegura Alan Cooper, perito biomolecular de la Universidad de Oxford, Inglaterra… y todos los forenses policíacos del mundo.
En el aire flotó la contaminación de muestras durante su manejo, pues los críticos afirman que tan sólo un estornudo, una mota de polvo conteniendo restos de piel o cabello o una gota de sudor puede impregnar rastros de ADN humano reciente.
Otra especie de homínido que ‘dicen‘ vivió de 4 a 2,5 millones de años es el Australopitecos. Lucy, el famoso fósil hallado en Etiopía, fue identificado como tal.
Al final, pese a la promesa de publicar sus resultados con pruebas que no admitirían réplica, este trabajo quedó sellado en el olvido (como todos los anteriores) y el eslabón perdido, sigue así mismo: ‘perdido‘. Es obvio, jamás podrá ser hallado nada que nunca existió.
Permítanme introducir un dato poco conocido: el Caribe, ese espectacular sitio lleno de islas con playas fabulosas, debe su nombre a una tribu indígena pre-Colón, que tenía a todos los nativos de la zona huyendo constantemente. Los ‘caribes‘ acojonaban, según los escritos del padre Fray Bartolomé de las Casas, el propio Colón y cuantos participantes de esa aventura comentaron al respecto; eran hábiles guerreros, excelentes marineros y todas esas cosas… pero quizás su mayor fuerza era sicológica, pues su aspecto metía miedo: eran distintos a los demás.
Desde niños, sometían a los bebés caribes a un artilugio hecho con madera y lianas vegetales. Lo ponían sobre su cráneo y hacían presión gradual sobre los parietales durante un tiempo conocido por ellos, ancestralmente; al final les quedaba una cabeza de pico impresionante.
Imagino estos señores arqueólogos con un resto de esos en la mano y la subsiguiente noticia en los periódicos, después de una prueba de datación que podría arrojar lo que ellos quisieran:
«Hallado en playas caribeñas el ‘Homopicus americanus’, el eslabón perdido».
Se sabe además de otras hordas que se perforan las orejas y les ponen un peso, haciéndolas crecer inconmensurablemente; tribus africanas cuyas mujeres hacen crecer su cuello… ¿Quién puede afirmar qué hábitos tenían los antiguos, esos falsos hombres de millones de años? Hace poco, pudo verse un documental televisivo sobre un clan africano actual; lucían una mutación genética: todos sus habitantes tenían arqueadas sus piernas y pies deformes, como de simios. Andaban en cuatro patas, contoneándose. Ese pueblo tenía el hábito de comerse a sus difuntos; en el funeral hacían una fiesta y cada uno cogía el pedacito que le tocaba. La solución al enigma llegó a través de una única persona del entorno que tenía apariencia normal… y no comía carne.
También se conocen los pigmeos del Amazonas, que sabían cómo reducir los cráneos de sus enemigos, usándolos como amuletos; hay fotos de ello que lo constatan.
Si un paleontólogo topa restos óseos normales, no le interesa; si aparece en un sitio que su ‘Biblia’ geológica dice que allí resulta anacrónico, plantea que lo llevó un accidente: terremoto, aerolito, supermán…toda excusa vale para seguir buscando lo que necesita. Los que murieron con deformaciones producidas por una artrosis galopante, o malformaciones de nacimiento (como existen en la actualidad: personas que han tenido la lamentable mala suerte de vivir con una anomalía congénita, que nos pasan por el lado y no podemos evitar alarmarnos ante su aspecto.) ya reciben el San Benito de ‘Homo Póngaleustedelresto‘
Pero, ¿cómo elucubran los ‘investigadores‘ sobre la edad de un objeto o de restos humanos?
Mediante la ‘radioactividad’; su radiación puede ser de tres clases diferentes: alfa (núcleos de Helio, positiva), beta: negativa o positiva (flujos de electrones o positrones) y gamma (ondas electromagnéticas). Datan la edad de los hallazgos usando Carbono-14 en muestras que suponen menor a 50,000 años. Emplean esta técnica en huesos, madera y fibras vegetales que creen originadas en ese entorno. Ante restos considerados más antiguos, emplean el Potasio-40, otro isótopo radioactivo que se halla en el organismo y tiene un período de 1,3 mil millones de años o el Uranio-238 (4,5 mil millones de años), el Torio-232 (14 mil millones de años) y el Rubidio-87 (49 mil millones de años). Así cubren la expectativa total de una supuesta tierra vetusta.
Veamos el primero: el C14. Los rayos cósmicos, debidos entre otras cosas a las explosiones nucleares en el sol, (por eso disfrutamos su luz) pasan a la atmósfera cada día y colisionan con otros átomos, creando la radiación secundaria de un neutrón enérgico, que a su vez choca con átomos de Nitrógeno. Así nace el C14, radioactivo, con un «período de semidesintegración» de 5730 años. O sea, a los 5730 años de la muerte de un ser vivo la cantidad de C14 en sus restos fósiles se reduce a la mitad.
Las plantas, debido a la fotosíntesis fijan en su interior carbono; incluyendo al C14. Así lo hacen hasta su fin biológico; a partir ahí, inician su proceso de fosilización… y un regreso: el C14 empieza a transformarse de nuevo en nitrógeno. Midiendo la cantidad de C14 y de nitrógeno que hay en el fósil, se puede conocer la edad aproximada del mismo.
Los animales que no hacen fotosíntesis fijan C14 al nutrirse de quienes sí la hacen; sólo lo poseen cuando comen plantas, u otros animales que se alimenten de ellas. Al morir, empieza el mismo proceso que en la planta muerta. El C14 comienza a mutarse en nitrógeno; al medir la cantidad de C14 y de nitrógeno se establece su edad.
Ahora avancemos un poco: si se ‘supone‘ que un fósil es mucho más viejo; habitualmente, siguiendo el mismo principio: una sustancia se transforma en otra a partir de la muerte del animal o planta, usan el uranio-torio (el uranio muta hacia el torio), o potasio-argón (el potasio comienza a mutar a argón a partir del momento de la muerte).
La fórmula usada con el Carbono es la siguiente:
t = [Ln (Nf/No)/ (-0,693)] T1/2; donde:
Ln=logaritmo neperiano t1/2 = 5730 años, el periodo de desintegración a la mitad del C14.
Nf/No = % C14 en muestra, en relación con cantidad en tejido vivo.
Nf = C14 final en fósil No= C14 original del tejido vivo t= tiempo total transcurrido.
Es decir, tiene tres variables desconocidas: el tiempo total transcurrido y la cantidad No = Cantidad inicial, que incluye dos más: ‘momento en que se manifestó y cuánto fue’, ya que depende a su vez de otros factores imposibles de determinar:
Nadie conoce la cantidad de C14 existente hace 5730 años; la dictan factores cuya estabilidad en el tiempo no se conoce: radiación cósmica, explosiones nucleares en el sol, humedad relativa actuando como filtro, posible presencia de erupciones volcánicas ancestrales, cuya ceniza limitaría la entrada de rayos cósmicos en la atmósfera terrestre y por ende, la formación de C14. Tampoco como afectó la revolución industrial (incrementó los niveles de CO2 en la atmósfera) ni los cambios en la intensidad y polaridad magnética, cuyo comportamiento ‘sí se sabe, por comprobación, que afecta todas las emisiones radiológicas’. Son factores determinantes que implican un resultado final de datación, poco concluyente.
No se conoce qué cantidad de C14 contenía la atmósfera terrestre en sus inicios, ni cómo se comportó la actividad solar, cósmica o magnética, cuya influencia se ha comprobado. La expresión evolucionista: ‘se sabe‘ es una mera especulación, pues nadie sabe nada al respecto; solo constituyen suposiciones fundadas en datos no demostrables.
¿Son fiables estos métodos? Hay muchas evidencias calladas por la censura; trabajos que prueban que han sido datados erróneamente: lavas, restos fósiles e inclusos moluscos de reciente muerte, cuya época era perfectamente conocida; no me crean a mí, busquen información al respecto y les aseguro que la hallarán.
Un dato final: si usted somete una misma prueba a tres técnicas de datación distintas: C14, Uranio 238, o Torio 232, estas darán resultados que variarán entre sí miles de millones de años. ¿Cómo saber cuál es la cierta? Que sigan tirando piedras; un día de estos se les romperá el tejado.
Por lo pronto, yo sí les puedo asegurar que hay muchas clases de monos; sobre los hombres, los hay más o menos inteligentes, feos, guapos, negros, blancos, amarillos, aindiados, etc. Pero todos de un solo tipo: humanos. Sobre el C14 les digo, con toda seguridad, que es un elemento químico más entre tantos ‘diseñados‘ en un mundo pensado para que todos interactuemos.
Sean buenos; el Señor nos ama y tiene una puerta abierta para todo aquel que decida traspasarla.
‘He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el primero y el último.’ Ap 22-12
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