Enero 18/2012
En el mundo, menos de la tercera parte de la población mundial, menos de dos mil millones de seres humanos, confiesan a Cristo. Y esa porción aun se divide más en cientos de confesiones cristianas distintas; sin embargo, todos dicen que son la iglesia verdadera. Eso nos lleva a dos interrogantes:
1- ¿Cuál es en realidad la iglesia verdadera?
2- ¿Por qué se han separado y distanciado tanto unas de otras?
La 1ª cuestión se zanja rápido: La auténtica da fidelidad absoluta a las ordenanzas, instrucciones y consejos de Jesús de Nazaret. Y quisiera repetirlo: funde, clava, y suelda cada palabra de Cristo en el corazón de cada feligrés. Si se hace así, si ante cada acto uno se pregunta ‘¿Cómo actuaría Jesús en esta situación?’, el corazón dará siempre la respuesta adecuada. Cada iglesia que fije este concepto en cada uno de sus miembros, podrá decir al menos que no es infiel al Señor. Ese es el principio de la fe.
La 2ª cuestión, el por qué de tanta división, está atada al concepto anterior, pues se divide al fallar la obediencia a la Palabra original, por el afán de gloria de hombres contra la que siempre alertó Jesucristo. El poder jerárquico, como aberrado semen del antiCristo, fecunda a la iglesia con tres fetos ominosos: egolatría, soberbia, y vanidad; tres eslabones inseparables que darán vida a la cadena que enyugará a todo embarazado, desde su propio cuello, hasta el grillete del diablo.
La Palabra de Dios es siempre la misma; son los hombres quienes la alteran según su propia excusa. Y tal justificación humana, a conveniencia, crea las corrientes separatistas del río de Dios, desmembrándolo y debilitando la eficacia del Evangelio.
Llegados a aquí, el Señor lanza la primera reprimenda:
“Sed unos; y si no sois unos no sois míos.”
Hay iglesias que no creen en el Espíritu Santo, aunque sus propias Biblias testifican de Él. Y hay iglesias que llaman ‘padres’ a sus pastores, yendo contra el mismo Jesús:
«Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra; porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos.» [Mat 23:9]
También hay iglesias que almacenan joyas, obras de artes y patrimonio inmobiliario, y que además accionan en bancos mundanos, pese a otra instrucción del Señor:
«No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. [Mat 6:19-21]
Hay iglesias, de distintas confesiones, donde los pastores se afanan tanto en el dinero que olvidan Su ordenanza prioritaria, dada en Mar 16:15:
Y les dijo: «Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura«.
Jesús nos legó un manual de Instrucciones perfecto para que lo siguiéramos tal cual, pues Él mismo era el Espíritu de la letra, por orden del propio Dios. Así que no hay necesidad de enmiendas, sino de la Restauración del Evangelio original. Sin embargo, muchos no dudan en alterar la letra de origen divino, mediante teología corruptible.
Ahora bien, sobre el Plan de Redención de Cristo, Él mismo dice:
“Mediante la redención en la Cruz del Calvario, ejecutada a favor del género humano, se lleva a cabo la resurrección de los muertos. Y la unión del espíritu y el cuerpo es lo que da lugar al alma humana.”
Así, la resurrección de los muertos es Plan de Dios: cada alma redimida ocupará el sitio que le corresponda en los distintos reinos de gloria diseñados desde el inicio de los tiempos. Por eso Él dice, en Mat. 16:27:
«Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según sus obras.»
O sea, según nuestras obras, ocuparemos un reino. ¿Y cuántos reinos serán? Pablo lo aclara algo en 2 Co 12:2-4 :
Conozco a un hombre en Cristo, que hace catorce años (si en el cuerpo, no lo sé; si fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe) fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y conozco al tal hombre (si en el cuerpo, o fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe), que fue arrebatado al paraíso, donde oyó palabras inefables, que al hombre no le es lícito expresar.
Ese ‘3er cielo’ es la clave: representa al Paraíso, uno de los Reinos de Gloria al que podrán acceder solo quienes se hayan purificado para vivir en la presencia del propio Dios. Pero si hay un 3º, entonces también hay un 2º y un 1º. ¡Tres Reinos! ¡Los ‘cielos‘ de los que tanto habló Jesucristo («el reino de los cielos»). Cada uno con su propia y legítima ley:
En otro artículo se describirá mejor esto de «el reino de los cielos», los 3 cielos, de los cuales el Paraíso es el de menor nivel de gloria. ¡Imaginen la gloria de los otros dos! En general, la porción de gloria recibida dependerá del juicio final. Por eso es que Jesús dice en Apo 2:23:
«Y a sus hijos heriré de muerte, y todas las iglesias sabrán que yo soy el que escudriña la mente y el corazón; y os daré a cada uno según vuestras obras.»
Especificado luego en Apo 20:13:
«Y el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras.»
Esos serán los 3 Reinos de Gloria Celestial, los 3 cielos, según nivel espiritual. El Celestial es el reino de la pureza; pero habrá dos más, que aunque serán de gloria, no serán celestiales. Veamoslo uno a uno:
CELESTIAL: Este reino tiene 3 subniveles: el Paraíso al que fue llevado Pablo (3er reino), es el de menor gloria de los tres. Son los que recibieron el testimonio de Jesús, creyeron en su nombre, y fueron bautizados según lo fue el mismo Hijo de Dios, guardando luego sus mandamientos con fidelidad; las espigas que dieron 30, 60, y 100 granos por semilla (Mat 13:3-8).
Son quienes vencen por FE y son sellados por el Santo Espíritu de la promesa, que el Padre derrama sobre los justos y fieles. Serán sacerdotes según el orden de Melquisedec, con sus familias; hijos de Dios hallados aptos para habitar aquí, vivirán su inmortalidad junto al Padre y al Hijo por toda la eternidad… porque cumpliendo con la ley celestial establecida, reciben la Plenitud de la promesa. Según su gloria podrán tener el mismo cuerpo de carne y huesos que Cristo tuvo en su resurrección, declarado en Luc 24:39:
«Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad y ved, porque un espíritu no tiene carne y huesos como yo tengo.»
Y quienes no puedan ser santificados por esta ley celestial, que es de Cristo, deberán heredar otro reino. Quien en su juicio final no haya sido hallado obediente a la ley celestial, no podrá soportar la gloria celestial y por tanto, deberá ocupar un 2º reino, con menos nivel de gloria, que es el siguiente:
TERRESTRE: A este reino irán aquellos cristianos que no fueron valientes en predicar el testimonio de Jesús. También los que murieron sin Ley, y los espíritus que al morir contra la Ley, fueron encerrados en prisiones espirituales, a quienes el Hijo visitó y predicó el Evangelio; los que no recibieron el legado de Jesús en la carne, pero luego lo aceptaron estando muertos y al final, hallado aptos para vivir en este reino. Más las personas honorables de la Tierra, que se dejan cegar por las artimañas mundanas. Al final reciben una porción de la Gloria de Cristo, su presencia, pero no de la Plenitud del Padre, a quien no verán jamás, pues quien no haya obedecido la ley celestial no puede soportar Su gloria, y deberá someterse a este 2º reino.
De la misma forma, quien no sea considerado obediente a la ley del reino terrestre, no podrá resistir la gloria establecida para ese sitio y no tendrá cabida en él. Entonces, el único sitio que quedará disponible será el 3º y último reino de gloria:
TELESTIAL: Son los que no aceptaron el Evangelio de Cristo, pero no negaron ni blasfemaron contra el Espíritu Santo. Son las personas que, habiendo muerto en pecado van al infierno, y no serán redimidos de satanás sino hasta la última resurrección, cuando el Señor Jesucristo haya cumplido su obra y comience el juicio. Son aquellos que, habiendo padecido tormento, durante un tiempo que les parecerá eterno, finalmente doblarán su rodilla y confesarán reconocer en Jesús al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Serán considerados aptos para habitar este 3er y último sitio de Gloria… pero no en la presencia de Dios ni del Señor Jesús, sino que recibirán una porción de gloria en el espíritu, bajo el gobierno del Espíritu Santo. Serán escogidos entre aquellos que pagan con mucho dolor sus pecados en la carne: fornicarios y lascivos en general (adúlteros y homosexuales), mentirosos, hechiceros, vanidosos, inmisericordiosos, vengativos, usureros, etc. Los pederastas y asesinos lo tendrán muy difícil para evitar ir a los abismos del infierno, junto a satanás y sus ángeles. En realidad, muchos deberán oír su sentencia condenatoria eterna: punición en el 4º reino. Solo Jesús decidirá quienes tendrán que sufrir eternamente en ese lugar de desesperación y dolor.
El reino Telestial será el más habitado; serán como granos de arena en las playas. Y todos habrán doblado su rodilla ante Jesús para lograr entrar. En general, toda la humanidad será vivificada en su tiempo de juicio; allí se asignará a cada cual el lugar que le pertenezca según los actos realizados durante su vida en la carne. Y muchos de ellos, al no poder heredar un reino de gloria por no haber obedecido las leyes que conducen a estos reinos, deberán heredar otro sitio en un reino que no es de gloria.
Ya que no quisieron ajustarse a la ley de la gloria, deberán ser sometidos a la ley no de gloria, la del reino de satanás. Por no haber aceptado la promesa de Jesús, serán entonces esclavos de aquel por quien sí decidieron optar.
Todas estas cosas sucederán, pero pertenecen a un futuro indefinido que solo Dios sabe a qué tiempo corresponden. La cuestión es: ¿Estaremos vivos cuando Jesús regrese a juzgar?
No lo sabemos, pero sí que somos vulnerables y que algún día esta carne morirá. Cualquiera puede ser llamado dentro de un rato, mañana, el mes que viene o un año próximo o lejano. Así, hablemos de presente: hasta que Jesús venga a establecer el Plan de Dios, solo hay dos reinos: el Paraíso e Infierno, explicados muy bien en la parábola del rico sin nombre y Lázaro, el mendigo, en Luc 16: 19-31.
El Paraíso es un sitio de perfección donde, por ley de Dios, no habitará corrupción; de modo que el cristiano que muera en algún pecado deberá esperar donde quepa la impureza. Y ya que no supo someterse a las condiciones de la Promesa, deberá hacerlo a aquel que logró encadenarles a la antipromesa. Y eso será hasta que Cristo torne y asigne en juicio el reino que corresponda según considere. No habiendo pecados pequeños, sino el concepto general de desobediencia, a Jesús habrá que esperarle allí. Y, ¿de cuánto tiempo hablamos?
Pues la ortodoxia judía, basada en Sus Escrituras, recogidas con celo desde Moisés, dice que estamos en el 5772, o sea, a finales del sexto milenio. Y si Cristo viene en el séptimo milenio según 2Pe 3:8:
«Mas, oh amados, no ignoréis esto: que para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día.»
Así, lo del “día del reposo del Señor’, el séptimo, que vendrá Jesús a establecer ese reposo definitivo, se correspondería al principio del 7º milenio. De modo que la humanidad probablemente tendrá que esperarle aun algo más de dos siglos… muchos bajo el tormento de satanás. ¡Es la realidad que enfrentamos!
Jesús prometió que todo el que le confesara sería salvo, pero no que inmediatamente. Hay casi 50 versículos de Él que advierten sobre la etapa de castigo. Ej Apo 3:19:
«Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete.”
Es la perspectiva que ninguna iglesia debate, pues a satanás le interesa una iglesia tolerante y autocomplaciente, sumida en su nirvana; adormecida como si le hubieran suministrado un opiáceo. Y así es en efecto, con los dardos del enemigo de Dios, cuyas puntas son previamente humedecidas en la miel de la gloria de hombres. Una iglesia autojustificada en la falsa ‘paz’ que reina hoy en la mente de muchos líderes cristianos que ignoran con premeditación que Jesús dijo en Luc 12:49-53:
«Yo he venido a prender fuego en el mundo; y ¡cómo quisiera que ya estuviera ardiendo! Tengo que pasar por una terrible prueba, y ¡cómo sufro hasta que se lleve a cabo! ¿Creen ustedes que he venido a traer paz a la tierra? Les digo que no, sino división. Porque de hoy en adelante, cinco en una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres. El padre estará contra su hijo y el hijo contra su padre; la madre contra su hija y la hija contra su madre; la suegra contra su nuera y la nuera contra su suegra.»
Y en efecto, el mundo está ya ardiendo, pero la iglesia no quiere enterarse. ¡Chis!, no la despierten… no sea que a papá diablo le moleste y haga pupita.
¡Dios nos pille alineados en fidelidad a Cristo! Yo al menos lo intento; sí que lo intento. Me juego, nada más y nada menos, que un sitio en la eternidad. Y mi espíritu y mente solo buscan el de la Gloria Celestial; en los otros ni pienso.
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