CRECIENDO EN ORACIÓN

junio 8, 2008

En muchos versículos, la Biblia nos muestra que orar no es cosa fácil. Existen distintos factores que pueden contribuir a crear un verdadero espíritu de la oración; pero sin lugar a dudas, son muchos más los que atentan contra la vida de oración del cristiano.

Antes de ubicar estos impedimentos con una visión bíblica, será útil para nuestro propósito señalar tres puntos que pueden contribuir a acercarnos confiadamente al trono de la gracia, alcanzar  misericordia, hallar bendición del Padre y el oportuno socorro. Algo bien definido en Hebreos 4:16:

«Lleguémonos pues confiadamente al trono de su gracia, para alcanzar misericordia, y hallar la bendición de la ayuda oportuna.»

Primeramente, considero importante señalar la necesidad de procurar el ambiente necesario donde orar. Es verdad que Dios está en todo lugar, y se puede orar en una cámara secreta de nuestra casa, en la calle o mientras viajamos; el Altísimo siempre escucha. Sin embargo, el sitio es de tanta trascendencia, que no en vano el mismo Jesús al hablar del Templo no vaciló en llamarlo: ‘Casa de Oración’.

La iglesia, el templo de Dios, es un lugar ideal; tanto como podría ser encontrarse en el campo una noche estrellada y dar gracias y alabanzas al Señor.

En segundo lugar, quisiera señalar la importancia de una adecuada preparación mental y espiritual: Una riña o enojo o el uso de  un vocabulario inadecuado, no puede crear el ambiente necesario para la oración; no hay nada mejor que un momento de paz, silencio y serenidad, para permitir que  el Espíritu Santo nos ayude a abrir las ventanas de los cielos y nos capacite para entrar en el Santuario de Dios, libres de carga emocional.

En tercer lugar, que considero de gran importancia, está el tener motivos legítimos y concretos por los cuales orar. El Padre Nuestro es una oración modelo, tanto por su orden, como por los asuntos que incluye. Hay que superar vaguedades, vanas repeticiones, verborrea inútil, distracciones y gestos que no conducen a nada ni coinciden con el acto de orar, que es, simplemente, ‘conversar con Dios’.

Con frecuencia escuchamos oraciones que son verdaderos sermoncitos dirigidos al Padre.

Dicho esto con un propósito altamente constructivo, quiero insistir en que debemos librarnos de profesionalizar nuestra oración, para lograr hacer de ella una actividad viva, real, emocionante y existencial. Entreguemos el corazón, para que podamos decir lo mismo que Jesús ante la tumba de Lázaro:

«Padre, gracias te doy por haberme oído; yo sabía que siempre me oyes.»

Con amor: Pastor Daniel.