Hemos hablado en el artículo anterior de los motores biológicos que caracterizan el diseño existente en el flagelo bacteriano. Se nos olvidó decir, para ayudar a los que no lo saben, que un flagelo es un apéndice con forma de látigo, usado para el movimiento. Aparece en muchos organismos unicelulares y en unos pocos pluricelulares, como por ejemplo, en los espermatozoides. También las células de las esponjas producen corrientes de agua mediante flagelos, y luego las filtran para obtener el alimento.
A día de hoy, la máquina molecular es cardinal en biología celular; los nanotecnólogos son sabuesos en busca de la precisa ingeniería que muestra la naturaleza. El consenso entre ellos es que resulta inconcebible que este sistema tan perfectamente integrado de piezas mecánicas, pudiese surgir por pequeñas etapas intermedias, cada una como ventaja evolutiva, ayudando a la supervivencia de todo el organismo, según postula la selección natural.
Ningún darwinista aborda el tema del origen de las instrucciones genéticas para construir estas máquinas. Jamás es confrontado por los oponentes del argumento de la complejidad irreducible; quizás porque no hay otra opción: hay complejidad irreducible desde la ‘a’ a la ‘z’. Una evidencia de que las lucubraciones evolucionistas son inversamente proporcionales a la cantidad de datos dispuestos por la Ciencia para su análisis.
La foto izquierda es una reconstrucción promediada del sistema del flagelo bacteriano; corresponde a micrografías sobre imágenes reales, en vivo y en directo, mientras rotaban, usando la técnica de barrido electrónico. Las ‘piezas del motor’ aparecen a la derecha.
Los defensores de Darwin propugnan que pese a su grandeza, el universo y todos los seres vivos indican solo un ‘aspecto de designio’, y que en realidad no hubo propósito ni planificación deliberada en su creación. Pero, ¿qué respuestas da su teoría? ¿Puede acaso un proceso sin programa, dirección, metas ni cálculos, producir realmente los portentos que vemos alrededor nuestro y en nuestro interior?
¿Es que acaso algún evolucionista tiene alguna prueba, de mecanismos de ingeniería, máquinas moleculares ensambladas por decenas de componentes, que surjan al azar? ¿Para qué entonces se estudian 5 años de carrera, con una asignatura de cálculo muy nutrida, y luego algunos más en doctorados? Yo se los diré: ‘Porque ningún servosistema, biológico o mecánico, logra que sus módulos respondan en función de un objetivo común, si no hay programa.’
Richard Dawkins, en su libro ‘Escalando el Monte Improbable’, dice que aunque pueda parecer quimérico que la montaña de complejidad que surge hoy, a la luz de los nuevos conocimientos impuestos por la genética, haya brotado gracias a un azar ciego, la evolución no es un proceso de cambio puramente al azar. Según él, se emplea azar para crear pequeños pasos: buenos, malos, o neutros, con respecto a la capacidad reproductiva global del organismo.
Intenta convencer que la Naturaleza, mediante su ‘selección natural’ o supervivencia de los más aptos, da una capacidad de reproducción mayor a aquellos organismos que adquieren cambios positivos, restando capacidad reproductiva a aquellas criaturas que sufren cambios perjudiciales. Asegura que la siguiente generación quedará más poblada por aquellos organismos con los cambios más beneficiosos, acumulándolos con el paso del tiempo en cada generación. Según él, así se asciende a esta montaña de enorme complejidad, por pequeños pasos, uno a uno.
Pero esos pequeños pasos al azar, designados por la evolución, son como el juego infantil de ‘la gallinita ciega’, en que el amiguete que le tocó quedar ciego, trapo a los ojos, sale dando tumbos en todas direcciones. Ese es el concepto ‘científico evolucionista’; así, según ellos, a saltos, sin brújula ni azimut coordinador, se logró formar el preciso orden de la vida. No importa que ellos mismos vean una inscripción en el genoma, a manera de programa en código [que ya en sí mismo es evidencia de inteligencia], instruyendo sobre cada uno de los millones de operaciones que se precisan para la vida, ellos insisten: La gallinita ciega fue efectiva y científica; así están las cosas y así hay que tragarlas.
Pero tales deducciones no permiten subir la montaña que Dawkins reconoce; solo es un camino hacia ninguna parte. Los motores moleculares que estamos describiendo [como todo el resto de la biología del planeta] son construidos en base a proteínas, y ya hemos visto en este blog, que los aminoácidos que constituyen la cadena de síntesis de proteínas, a veces millones de ellos, tienen un período de vida ínfimo, en ocasiones de solo 2 minutos. ¿De qué sirve en este caso el argumento evolucionista del proceso ‘pasito a pasito’, durante miles de millones de años, para construir vida, si un aminoácido determinado, solo tiene dos minutos de tiempo para asociarse con los otros dos que corresponden a su triplete en una secuencia proteica determinada?
No se puede decir que un mecanismo complejo puede surgir por casualidad, si cada una de las partes implicadas en él resulta de procesos que no tienen respuesta en el azar. El enigma de lograr una secuencia cronológica y consecutiva, con codones específicos que dan lugar a cada una de las muchas proteínas involucradas en la vida biológica del flagelo bacteriano, y la constitución del motor que le permite sobrevivir en su medio, es imposible descifrarlo a la luz de la casuística; ese pensamiento no es científico, sino FANÁTICO. Lo racional, lo que se corresponde con la realidad y el empirismo científico, es que surge solo porque existe un programa que lo controla.
Por eso he insistido siempre, y seguiré insistiendo, en la vida media de los aminoácidos; resulta crucial para anular el concepto evolutivo de los eones de tiempo en los que se parapetan, intentando resolver los enigmas que la ignorancia no puede desentrañar. Ya vimos que hay veinte horas de vida para metionina, serina, alanina, treonina, valina y lisina; pero si en la secuencia proteica intervienen isoleucina o glutamato, entonces solo hay 30 minutos. Más efímeras son aun la glutamina y tirosina: 10 minutos… y si están involucrados arginina, fenil, alanina, leucina o aspartato, ¡entonces sí hay que poner el turbo! ¡Dos minutos! Solo disponen de ese tiempo para su ensamblaje; tan solo que la ‘casualidad’ les haga ponerse en contacto unos segundos tarde, es suficiente para que el sistema falle.
Y para contrariar más aun al postulado del neodarwinismo, incluso considerando que la casualidad jugó su papel, que fue generosa y proveyó que en un sitio ‘X’ específico, ‘cayeran del cielo’ todos los aminoácidos necesarios, y que la racha de buena suerte continuara, ensamblando cada uno con su complementario, en los tripletes correspondientes, aun quedaría otro obstáculo: LOS AMINOÁCIDOS SE MUEREN. Entre dos y 30 minutos, más de la mitad de los aminoácidos ‘aparecidos’ caerían por el precipicio de su final biológico.
Luego, ante esta situación, ciñéndonos al caso de una bacteria, teóricamente inmortal, debe existir por necesidad un ‘programa’ que regule la forzosa y constante reconstrucción de aminoácidos, garantizando que existan sustitutos en todo momento, para que no se detenga esa vida proteica en su célula. La cantaleta de los miles de millones de años sin control ni dirección de ningún tipo no constituye, por tanto, una respuesta congruente… ni mucho menos, científica.
Las bacterias locomocionan mediante una energía causada por flujo de iones o protones, [según la especie], a través de sus membranas celulares externas. Verdaderos motores biológicos, de estructura extremadamente compleja. Y aproximadamente doscientas cuarenta proteínas distintas se unen para construir el flagelo, cada una de ellas cuidadosamente situada. La investigación concluyó que conducen señales para encender o apagar el motor, se articulan a nivel atómico para facilitar los movimientos, y activan a su vez otras proteínas, que conectan el flagelo a la membrana celular. Es obvia la naturaleza complicada del sistema.
Los evolucionistas se sienten desconcertados ante este motor fuera borda, presente en una de las formas inferidas como ‘más simples de vida’, pero insisten en que evolucionaron de algún modo. Es tanta la confusión, que algunos han intentado señalar en la dirección de una evolución a partir de la ‘estructura en aguja’: una contradicción, pues esta estructura pertenece a los organismos eucariotas… evolutivamente posteriores, no anteriores a la bacteria. Y aunque la evolución es muy poderosa, aquí no puede hacer nada; salvo en un contexto cinematográfico tipo ‘Regreso al futuro’, pues sabemos que le va la ciencia ficción.
El sistema del motor en el flagelo bacteriano, compuesto de varias piezas interactuantes, conforma un todo con funciones básicas, donde la exclusión de cualquiera de sus partes le inutiliza por completo. Constituye otra evidencia del fracaso del darwinismo; es la espada de Damocles de nueva tecnología, carga neutrónica y temporizador adicionado, sobre los postulados de Darwin, los neodarwinistas, los excavadores de tumbas, escaladores de montes improbables, y todo aquel que intente desbaratar la Verdad que aparece bajo los potentísimos microscopios actuales.
El investigador japonés, Keiichi Namba, logró secuenciar el proceso de construcción del flagelo bacteriano. Las imágenes definen perfectamente su correspondencia con la de cualquier otra secuencia proteica… siguiendo las instrucciones inscritas en el genoma:
El Dr. Howard Berg [Univ.Harvard], el mayor conocedor de la dinámica del flagelo, dijo:
‘Es «un motor eléctrico giratorio extraordinariamente pequeño» con un eje motor, rotor, estator, cojinetes, junta cardán, placa de montaje y conjunto de conmutación. Funciona con energía motora de protones o de iones de sodio que atraviesan la membrana celular por canales especializados. Responde a gradientes químicos con una mayor rotación. «A cargas elevadas están activos ocho o más elementos generadores de fuerza, generando cada uno de ellos el mismo par.» Unas 20 piezas proteínicas constituyen la base del motor, pero muchas otras piezas adicionales están involucradas durante su montaje. El motor se construye de dentro a afuera, con piezas que se añaden siguiendo una secuencia estricta…‘
El profesor Berg realizó un pequeño cálculo para saber cuánta potencia genera el motor: Si se ampliase a nuestra escala, dice, sería de alrededor de 11 caballos-fuerza/Kg., aproximadamente la generada por un motor turbohélice de aviación». Pero a diferencia de este, el flagelo no se calienta: «Este motor está enfriado por agua y la difusión térmica es muy eficiente a pequeñas distancias, de modo que permanece muy cercano a la temperatura ambiente».
Es decir, él mismo reconoce que constituye un servosistema único, donde identificó la presencia de 20 proteínas configurando sus piezas… construido de dentro hacia afuera, siguiendo un programa, como la única forma posible de hacerlo.
No voy a poner aquí todo lo que descubrió dentro del flagelo, pues el artículo se alargaría demasiado, pero sí quiero apuntar que incluyó un factor parecido a los anticuerpos, que bloquea la expresión de genes posteriores encargados de ‘codificar’ las secuencias de la proteína filamental FliC, las proteínas Mot A y B, y los diversos componentes de la ruta quimiotáctica… ¡Al fin decidió un defensor evolutivo entrar en genética!
Lo que el Dr. Berg manifestó, ni más ni menos, es que ese motor se construye siguiendo las instrucciones genéticas que aparecen inscritas y codificadas en el ADN de la bacteria. Y llegamos al pez que se muerde la cola: si hay una información codificada, no se puede decir que surgió gracias a la evolución, puesto que por poderosa que quieran hacerla, la selección natural solo es algo virtual que vive en ciertos conceptos, sin ninguna manifestación física probable… incapaz de codificar instrucciones. Un código demanda el agente codificador externo, pues indica deducción e inteligencia… y azar es el antónimo de ella.
Lo que el Dr. Berg manifestó, es que el motor existe porque hay un programa regulador de genes que permite su construcción. Y si hay un programa, hay que buscar en una dirección distinta a la de la selección natural, pues esta podrá tener todas las atribuciones que se quiera, pero aun no se le ha otorgado el don de programar. Por tanto, no provee tampoco la inteligencia necesaria, capaz de secuenciar milimétricamente, cada una de las actividades metabólicas de la bacteria. El programa que consiguió que ese motor pudiera ser confeccionado, demanda al agente inteligente que fue capaz de programarlo… y ni el azar ni ningún concepto evolutivo, es capaz de proporcionarlo.
Y por último, lo que el Dr. Berg manifestó, es que ese flagelo resulta funcional porque existe la instrucción que permite que los ARNm, los ARNt, los ARNr, y el resto de implicados, sean capaces de elaborar las proteínas que darán lugar al motor final, siguiendo las instrucciones que aparecen reguladas por los datos codificados en el ADN. Y esas ‘Instrucciones’, demandan al agente Instructor capaz de instruir, debido a que ni el azar ni ningún concepto evolutivo, están en condiciones de proporcionarlo.
La ‘complejidad irreductible’ del Dr. Behe; creacionista, y gran profesional; con un brillante cerebro imbuído del espíritu de Cristo, ha proveído al mundo evolutivo, del ‘coco’ que Darwin mencionó en su libro… luego devenido en un tratado de ateísmo bíblico. Es una lástima que haya sido postmorten; ahora la papeleta ha pasado a la estela de discípulos que, como gallina en campo de espinos, no saben dónde poner el huevo.
En ‘El Origen de las Especies’, Darwin declaró: ‘Si pudiera demostrarse que ha existido un órgano complejo que no pudo haber sido formado por numerosas y ligeras modificaciones sucesivas, mi teoría fracasaría por completo.’
Pues bien Darwin: definitivamente, ahí tienes lo que pedías para jubilar tu tesis: el motor que permite la movilidad al flagelo bacteriano… que no será la única evidencia. Seguirán apareciendo artículos que martillen tu teoría Anticristo, y cada uno será encabezado con ese ‘yuyu’ manifiesto por ti, intuyendo el futuro del descrédito que tanto temiste. Donde quiera que estés: ¡Mira la que has liado!
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