«Ante todo, deben saber que en los últimos días vendrá gente burlona que, siguiendo sus malos deseos, se mofará: ‘¿Qué hubo de esa promesa de su venida? Nuestros padres murieron, y nada ha cambiado desde el principio de la creación.’ Pero intencionalmente olvidan que desde tiempos antiguos, por la palabra de Dios, existía el cielo y también la tierra, que surgió del agua y mediante el agua. Por la palabra y el agua, el mundo de aquel entonces pereció inundado.
Y ahora, por esa misma palabra, el cielo y la tierra están guardados para el fuego, reservados para el día del juicio y de la destrucción de los impíos. Pero no olviden, queridos hermanos, que para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día. El Señor no tarda en cumplir su promesa, según entienden algunos la tardanza. Más bien, él tiene paciencia con ustedes, porque no quiere que nadie perezca sino que todos se arrepientan.» [2ªPe 3:3-9]
Desde siempre, estos versículos de Pedro llaman mi atención de manera diferente a la de todo el resto de la Biblia. Cada vez que lo leo, algo en mi interior me dice que mastique cada palabra; que intente asimilarlo, no desde meditación humana, sino desde el espíritu. La frase, «para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día», jamás ha tenido otra traducción distinta, trátese de la lengua que se trate y de la Biblia que sea.
De modo que es fiel a la original; y si entendemos que toda Palabra bíblica es fruto de revelación, lo más apropiado es razonar si aquí el Creador nos quiere trasmitir algo… si intenta poner a prueba nuestro discernimiento espiritual acerca de lo que nos dice, pues desde el inicio, el texto ya se perfila en el contexto de profecía.
¿Serán nuestros días, ‘los últimos’? Volvamos a la frase: ‘un día es como mil años, y mil años como un día‘. No hay duda que el ‘como‘ implica ‘semejanza‘; luego, nos vendría a decir algo así: ‘para el Señor, un día es semejante a mil años, y mil años semejantes a un día.’
Sin embargo, es obvio que establece la misma diferencia que nosotros, pues en innumerables contextos bíblicos, en Su diálogo con los profetas, se encarga de puntualizarlo. Un nítido ejemplo, cuando le dice a Abraham, en Gen 17:21:
«Pero mi pacto lo estableceré con Isaac, el hijo que te dará Sara de aquí a un año, por estos días.»
Y de esto se deduce que, para Dios, cada palabra tiene el mismo significado que para el humano, y que Él emplea cada acepción, considerando perfectamente las diferencias del lenguaje. Nuestro lenguaje también forma parte de su diseño; las cuerdas vocales humanas, el cerebro, y la mente, vinieron en el mismo paquete de su Creación cumbre: el ser humano.
O sea; Pedro se está refiriendo claramente a ‘los últimos tiempos‘, al fin del mundo establecido desde el principio en el plan de Dios; una época distante de su propia vivencia histórica: un vaticinio sobre el futuro final humano. Por tanto, todo el resto de sus palabras TAMBIÉN FORMA PARTE DEL AUGURIO.
Y entonces podríamos asumir [una especulación mía, no del espíritu] que, el ‘como-semejante‘, pudiera estar estableciendo un paralelo entre el tiempo de Su Creación: 6 días de 24 horas… con el tiempo de la destrucción de Su Obra física: 6000 años, con todos sus días. Y entonces, el ‘un día es como mil años, y mil años es como un día’, adquiriría connotación especial.
Así, si la Creación le ocupó seis días de su tiempo, la fecha de caducidad de esta, podría ser… 6000 años. Y si la actual fecha judía: año 5769, coincide aproximadamente con el resultado derivado de la cronología bíblica, congruente en su última parte [la única posible de contrastar] con la cronicidad histórica humana, vemos que ya se está llegando al final del Sexto Milenio. ¿Pero, en qué momento se pondrá definitivamente el sol del ‘sexto día’ milenario? Solo Dios lo sabe.
Jesús, refiriéndose al fin, dijo, en Mateo 24:14-18:
«…Y este evangelio del reino se predicará en todo el mundo como testimonio a todas las naciones, y entonces vendrá el fin. Así que cuando vean en el lugar santo ‘la terrible abominación’, de la que habló el profeta Daniel (el que lee, que lo entienda), los que estén en Judea huyan a las montañas. El que esté en la azotea no baje a llevarse nada de su casa. Y el que esté en el campo no regrese para buscar su capa.»
Aunque más adelante deja patente la incertidumbre, en Mat 24:36:
«Pero en cuanto al día y la hora, nadie lo sabe, ni siquiera los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre.»
Mas, no dice ‘año‘, sino ‘día y hora’; de modo que aunque entonces manifestó ignorar el momento específico en que volvería, no excluye que Él supiera el Plan General de Dios para el ‘tiempo’ en que comenzaría Su nueva Creación de Apo 21:1:
‘Después vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían dejado de existir, lo mismo que el mar.’
Quizás [otra especulación mía, no del espíritu] Cristo, que todo lo sabía, siempre conoció el tiempo histórico del fin en el que representaría el papel protagonista… solo ignoraba el día. Y mencionó la terrible abominación de la que habló el profeta Daniel‘ ¿A qué se refería, y por qué la señala directamente? Veamos:
En el capítulo 11 de Daniel se mencionan distintas profecías bélicas, cronológicas en el tiempo; en las últimas refiriéndose a un ‘rey proveniente del norte‘. Y en el versículo señalado por Jesús concretamente: Dan 11:30 dice:
«Porque vendrán contra él naves de Quitim, y él se contristará, y se volverá, y se enojará contra el santo pacto, y hará; se volverá pues, y pensará en los que habrán desamparado el santo pacto. Y serán puestos brazos de su parte; y contaminarán el santuario de fortaleza, y quitarán el continuo sacrificio, y pondrán la abominación de asolamiento.»
O sea, habla de un Quitim ‘invasor‘. En varios trozos hebreos hallados en Arad, se menciona a Quitim. Aharoni, que excavó, los recuperó y publicó, dice que aludían a mercaderes o mercenarios griegos. Mas, en el rollo ‘Guerra’, de los descubiertos cerca del Mar Muerto, ‘Quitim’ se aplica a los Seléucidas y a los Tolomeos; y en el ‘Comentario de Habacuc’, aparecen como referencia al imperio de Roma. Por tanto, ‘Quitim’ implica poderes antijudíos en general: ‘aliados contra Israel‘.
De modo que, obviamente, el fin vendrá por el medio Oriente, cuando los enemigos del pueblo judío decidan unir fuerzas para atacarle. Y sobre esto, también el profeta Ezequiel habló, en Ez 38: 1-6:
‘Y vino Palabra del SEÑOR a mí, diciendo: «Hijo de hombre, pon tu rostro contra Gog en tierra de Magog, príncipe de la cabecera de Mesec y Tubal, y profetiza sobre él. Y di: Así dijo el Señor DIOS: He aquí, yo voy a ti, oh Gog, príncipe de la cabecera de Mesec y Tubal… Gomer, y todas sus compañías; la casa de Togarma, que habitan a los lados del norte, y todas sus compañías; muchos pueblos contigo.»
Atención ahora: Magog y el resto de personajes provienen del Génesis bíblico… son inmigrantes del caótico Babel creado mucho después que la nave de Noé encallara en Armenia. Según tradición judía, Mesec, Tubal, y Ben Togorma, poblaron con sus respectivas familias toda la zona aledaña al Mar Negro y Asia Menor. Magog y su familia, siguieron hacia el norte, desde la zona de la actual Bulgaria, para poblarla: los rusos del futuro; la Biblia los menciona a todos ellos en Gen 10: 1-3:
«Estas son las descendencias de los hijos de Noé: Sem, Cam y Jafet, a los cuales nacieron hijos luego del diluvio. Los hijos de Jafet: Gomer, Magog, Madai, Javán, Tubal, Mesec, y Tiras. Y los hijos de Gomer: Askenaz, y Rifat, y Togarma.»
Es decir; ambos profetas coinciden en mencionar una invasión llevada a cabo por una alianza contra Israel, desde el lejano norte… por parte de los descendientes de Magog, uno de los hijos del Jafet hijo de Noé.
Y si seguimos la parábola referencia de Jesús, mientras instruye sobre los tiempos del fin, leemos en Mat 24:32:
«Del árbol de la higuera aprended la comparación: Cuando ya su rama se enternece, y las hojas brotan, sabéis que el verano está cerca.»
¿Qué sucesos actuales pudieran relacionar las personas de esas profecías a otras de esta época, si estuviéramos atravesando una edad del mundo cercana a la prevista para el fin? Les diré: Moscú lleva años armando e instruyendo militar y nuclearmente a Irán y Siria, enemigos irreconciliables de Israel. Y si ustedes ascienden desde Jerusalén, por el meridiano 37º Este, en dirección al polo norte, verán que atraviesa Moscú… en el lejano norte.
¿Será ese ‘el brote de hojas‘ al que se refiere la parábola del Señor? Siendo este 2009, el año 5769 de la Creación, ¿no estamos acaso en la tarde-noche seis milenaria? ¿No estaremos ya en la parte del Sexto Milenio establecida por Dios para ratificar de manera categórica, que para Él, un día ‘es como mil años, y mil años como un día? ¿Cuál será la ‘hora milenaria’ fijada para el regreso del Cristo misericordioso, esta vez como León de Judá?
Él mismo nos lo advierte en otra parábola, en Marcos 13:35-37:
«Velad pues, porque no sabéis cuándo el Señor de la casa vendrá; si a la tarde, o a la medianoche, o al canto del gallo, o a la mañana; para que cuando viniere de repente, no os halle durmiendo. Y las cosas que a vosotros digo, a todos las digo: Velad.»
Solo el Creador sabe cómo y cuándo sucederán los sucesos planeados desde antes incluso que Cristo se hiciera hombre. Lo único que nos queda a nosotros es estar expectantes ante cómo maduran ‘los brotes de la higuera‘… y asegurarnos que estamos cumpliendo con la actitud que se nos pide, viviendo nuestras vidas en los sanos hábitos que lleven a la sana felicidad… perfectamente posible de conseguir.
El resto: la hora de la justicia y del tránsito a otra dimensión, solo corresponde al Padre que la concibió, y al Hijo que vendrá como Realizador. Por lo pronto, solo miremos al almanaque de reojo, sin sobre preocuparnos, pero también sin resultar indiferentes, pues estamos directamente implicados, y no podemos hacer nada por evitarlo. Pensemos que mientras tengamos vida, tenemos la esperanza de volvernos a Él, sabiendo que siempre nos recibirá. Pero, después que muramos: ¿tendremos abogado?
«Y cuando viereis a Jerusalén cercada de ejércitos, sabed entonces que su destrucción ha llegado…Y entonces verán al Hijo del hombre, que vendrá en una nube con potestad y gran gloria.»
Palabra de Jesús, en Luc 21:20-27
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