El ser humano ha buscado el movimiento perpetuo [máquina en marcha eterna, sin reabastecimiento energético], relacionando siempre su investigación con el concepto físico básico: la energía. Tal ingenio ha sido el sueño de inventores por más de ocho siglos. Villard de Honnecourt, Planck, Richard Feynman, y muchos otros, fueron ejemplos de ello; pero aunque sus diseños parecían funcionar, siempre mostraron fallos o ocultaron fuentes de energía externa que invalidaba el fin.
Parece clara la imposibilidad. Toda máquina es inútil si no efectúa algún trabajo. El avión transporta, la palanca ayuda a hacer fuerza, una grúa alza pesos… Y para ello se precisa aportar energía. El avión y la cabria la logran del combustible o batería de sus motores; en el caso de la palanca, los músculos la aportan desde los alimentos que se comen. Pero no se puede generar energía desde la nada. En realidad, esos intentos de inventiva fueron positivos para la Física, pues concluir los errores de los proyectos, contribuyó en grande al desarrollo en termodinámica y las transformaciones de la energía.
El doctor y académico ruso, V. M. Brodianski, clasificó esas ‘invenciones’ en dos tipos: de primera especie, que violan la 1ª ley termodinámica [conservación de la energía]. Y la segunda especie, donde se desarrolla un trabajo de forma indefinida, intercambiando calor sólo con una fuente térmica [móvil de Planck]… imposible de construir bajo la Segunda ley.
El enigmático Leonardo da Vinci, por su parte, hizo un experimento con una rueda y pesos distribuidos, demostrando la imposibilidad de la perpetuidad soñada. Según él, cualquier instrumento elaborado por ‘el hombre’ no podría producir un movimiento tal. Pero fíjense como limita su postulado únicamente a lo humano; su instinto le decía que no sería así para Dios.
En conclusión, al afirmar que se violaría la 1ª y la 2ª ley termodinámica establecida por los humanos, se considera por tanto un ‘objetivo imposible’. Así, solo se le ha abierto la puerta en la ficción. En la película ‘Star Trek: Insurrection’, el androide ‘Data’ dice que sus células energéticas se recargan ‘constantemente’, sin que se vea la fuente de carga; o sea, no menciona ningún motor ni que obtenga energía desde el sol o de algún otro origen. De modo que se presenta a sí mismo como una máquina de movimiento perpetuo.
Los principios termodinámicos han sido de los más cotejados y sólidos durante siglos de física; sus postulados siempre han refutado la existencia de una máquina de movimiento perpetuo. Todo ensayo por mostrar lo contrario, muchos a través de la historia, ha sido refutado científicamente. Para el humano, lograrlo es totalmente imposible; sin embargo, Mat 19:26 instruye, dos milenios atrás:
‘Y mirándolos Jesús, les dijo’: “Para con los hombres esto es imposible; mas todo es posible para Dios”.
Aunque el Señor habló de esto en contexto parabólico: ‘Es más fácil que pase un camello por el ojo de una aguja, que un rico pueda entrar al reino de Dios’, a mí se me ocurre poner a prueba la Biblia en esta pugna hombre-Dios específica: ¿Es posible demostrar que Dios, [dimensión espiritual], fue capaz de diseñar, poner a punto, y hacer funcionar en el mundo material, la máquina de movimiento perpetuo, imposible para el humano? ¡Por supuesto que sí; y no una, sino millones de ellas! Más adelante lo veremos.
En realidad se está ante el problema de siempre: los inicios, el génesis de todo: la máquina de movimiento perpetuo no es más que otra proyección de lo planteado por científicos que se niegan a reconocer al Dios creador de todo lo que existe, e intentan convencer que es posible ‘generar energía de la nada’… sin intervención divina detrás. O sea, lograr la evidencia de que desde el azar fue posible generar la explosión que dio lugar a la existencia del mundo: el Big-Bang sin Dios.
Comencemos a hacerlo interesante: La mayoría de quienes han buscado el artefacto quimérico han acudido a la gravedad; elección racional, ya que, desde la óptica humana, es una fuerza que siempre está ahí, y que todo cuerpo posee, solo por existir y tener masa. Toda central hidroeléctrica funciona con este principio: el agua cae y su energía potencial gravitatoria cambia a cinética, moviendo turbinas que la transforman en energía eléctrica. Pero el embalse, la fuente de energía, se vaciaría hasta que no quede agua… a menos que se rellene otra vez, mediante las lluvias que proporciona la naturaleza.
Así, la física y su ley de conservación de la energía son rigurosas. Todo trabajo precisa energía, y todas sus fuentes conocidas son finitas y dependientes, incluso las renovables, pues el sol finalmente agotará su hidrógeno y se apagará. También la energía del mar; las mareas surgen como efecto de la gravedad de la luna, en una combinación de esta con la rotación de la tierra. De tal mezcla ‘toman’ las mareas su energía.
Pero sabemos que la Tierra gravita en el espacio, alrededor del sol. No es una mariposa, sino un astro con un peso considerable; un planeta rocoso, cuya masa se estima en unos 5.974.000.000.000.000.000.000.000 kgs., un peso similar al de 796.533.333.333.333.333.333 elefantes o también a unas 59.740.000.000.000.000.000 ballenas… pero mucho menor que millones de astros que orbitan, sin ‘caer’. ¿De qué otra fuente, según noción humana de ‘conservación de la energía’, brota ese descomunal poderío que la mantiene en su posición, y la hace girar sobre su eje? ¿De qué otra fuente brota la energía que sostiene a millones de inmensas estrellas, a cuyo lado la Tierra solo es un punto en el espacio?
En sentido coloquial, ‘gravitar’ significa que la obtención de algo depende de quien lo hace posible. Ej. ‘Mi hipoteca gravita en torno a la decisión del banco’. En física, gravitar es tender un cuerpo celeste hacia otro, o producirse el movimiento de uno en relación a otro como efecto de una ‘fuerza’ ejercida. Los planetas gravitan alrededor del sol; la luna alrededor de la Tierra, pero en el universo hay millones de cuerpos gravitando sin ‘caer’. ¿De dónde sale la energía que excita tal constante e incalculable fuerza de gravedad?
En física, una órbita es la trayectoria que realiza un objeto alrededor de otro mientras está bajo la influencia de una fuerza centrípeta, como la fuerza gravitatoria. Y la gravedad espacial es sólo eso, una fuerza. ¿Cómo se genera? En física, ‘órbita’ es el trayecto de un astro respecto a otro, bajo la influencia de la fuerza centrípeta; su período orbital es el tiempo que tarda en circunvalar a quien ejerce la fuerza gravitacional sobre él. Y eso es válido para 30 tipos de órbitas, según características, cuerpo, trayectoria… y ya sean circulares, eclípticas, elípticas, parabólicas, geocéntricas, etc. ¿Cuánta fuerza ha sido necesaria para garantizar las órbitas en todo el universo? ¿De dónde sale tal energía?
Newton planteó que la gravedad, es inversamente proporcional al cuadrado de la distancia. Es decir, se postuló porque es cuantificable; pero, si la energía ni se crea ni se destruye, sino que se transforma, según postulado humano, ¿dónde está el origen mecánico de la energía gravitatoria? ¿Como se sustenta y mantiene?
La teoría antiDios del Big Bang no es capaz de responder el enigma que los más de 6 mil millones de humanos pueden deducir por sí mismos. Hay muchos estudios sobre la fuerza de gravedad, pero nadie ha podido asignarle origen energético.
Sin embargo, son casos de movimiento perpetuo: máquinas que se mueven sin renovar su energía. O sea: la insolente vanidad humana dice que es imposible que exista lo que sobre sus cabezas está de hecho existiendo: millones de ellas en constante movimiento, sin que nadie sepa dónde o cómo se genera la energía que lo sustenta. Una vez más, la ‘poca ciencia’ antiCristo es manifiesta de la mejor forma posible: desde la evidencia empírica. El hecho de que no se quiera ver lo que ‘es’, no exime la real existencia de lo obvio.
Sobre nosotros llueven evidencias de la Creación; solo hay que observarlas con aptitud… tanto las visibles como las invisibles, que son muchas más de lo que cualquier persona puede imaginar, pues el mismo Espíritu que Creó la gravedad, suscitándola y conservándola, también puede habitar en el corazón y mente humana, conociendo nuestras ideas en la misma fuente en donde brotan.
El Señor, partícipe directo de la Creación de Dios, viene a por su pueblo. Lo más inteligente no es oponérsele con obcecación, sino hacer todo lo posible por entrar en su censo mientras es tiempo para ello, pues nadie puede añadir ni un segundo más a su vida, sobre lo que ya tenga programado.
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