EL ESPÍRITU DEL DÍA DE ‘REYES’

enero 5, 2009

Estamos en la víspera del día posiblemente más esperado por los niños; desde varias semanas atrás, el amor de los padres ha hecho que se hurguen en los bolsillos, para dar lugar a las repetidas relaciones de intercambio que sus ‘divinas majestades’ comerciales esperan con alegría, esperanza, y afán.

Las calles de las ciudades se nos presentan como una especie de maratón con obstáculos, salvando paquetes de todos tamaños y colores que se nos vienen encima una y otra vez; así como también se ha visto repetida, semana sí y semana también, el rastreo de muchas caras infantiles, en la mayoría, buscando la difícil elección, pues sus padres ya les han alertado que en estos tiempos de crisis, hasta los reyes se las están viendo negras para hacer llegar los regalos, y se impone un límite: no más de tres peticiones… y que no sean muy codiciosas, para fomentar el altruismo, y permitir que otros padres con mayor poder adquisitivo accedan más fácilmente a los juguetes ‘hight’.

Ese es el nuevo sentido que tienen las fiestas tradicionales para los seres humanos de la actualidad; el consumismo impone sus condiciones, y cada fiesta que tradicionalmente ha sido religiosa, cada día más, se abre al paganismo con entrega y abnegación. Cada Santo tiene su fecha, y eso implica más venta de flores, de estampitas, de velas… y de solicitudes de consolación, de cambio de pareja, de mejor trabajo, de coche nuevo, de vivienda, etc.

Se ha fomentado el egoísmo, y se ha perdido la espiritualidad. Estos días, mientras empaquetamos los regalos, giramos el rostro, negando las imágenes de pasarela que ofrece la TV, con el desfile de niños tercermundistas hurgando entre escombros de basura, tras un particular obsequio de Melchor. O de africanitos con el vientre a punto de estallarles en la cara, tragados por el hambre y la parasitosis crónica… o sufriendo sin culpa, el inmerecido tránsito del VIH a través de una sangre cada vez más debilitada.

Son los desdichados sin fiestas, ignorantes de alegrías solo conocidas por la parte favorecida de la sociedad, y nuestras conciencias nos obligan a mirar en otra dirección, para no sentirnos culpables de pasividad.

Estos días, mientras hacemos planes para llevar a nuestros hijos al sitio que nos pidan, mientras contamos el dinero que nos sobra o el que nos falta para ofrecer el regalo que deseamos entregar, también giramos la vista hacia otro lado [o miramos deseando que no pusieran tales cuadros] si nos enfrentamos en la tele a rostros de niños palestinos, en estas fiestas de reyes; las verdaderas víctimas de locuras aventureras de adultos que aun no han llegado a serlo.

¿Qué hacer, si ocupados en administrar presentes lindamente forrados, observamos en el Telediario a una preciosa e inocente niña palestina mirando sin ver en todas direcciones, entre convulsiones inevitables, atacada por el pánico? Quizás intentemos deducir qué le produjo ese estado y pensemos en quién sabe qué atrocidad impuesta a sus ojitos minutos antes. Seguramente nos sentiremos conmovidos e identificados con ella, así como con los otros muchos niños ingresados en hospitales que hoy no tendrán la visita de los reyes magos… pero después haremos lo posible por olvidar.

Muy mal nos sentiremos también seguramente, con esos otros cuadros que insultan nuestra mirada: niños que sin desearlo, se han visto involucrados como mártires directos. Inocencias cortadas por una mal dirigida y empleada inteligencia humana; hijos que jamás tendrán la oportunidad de disfrutar de los jocosos y compartidos ratos de felicidad y seguridad que otros gozan, al abrigo de padres más tocados por la fortuna de la paz.

No quiero amargar estos días a nadie; solo pretendo hacer un llamado a la conciencia, para que todos demos gracias a Dios, si nuestros hijos no están siendo víctimas de barbaries bélicas, de pederastas… o de una grave enfermedad que amenaza con llevárselos.

Afortunado al que disfrute en estos días de un niño a su cuello, de su cariño, sus besos, reconocimiento y confianza. El abrazo de un inocente es un mensaje: ‘gracias por estar conmigo‘, ‘confío en ti‘, ‘me siento protegido‘… ‘te quiero‘.

Pero desafortunado aquel que se aprovecha de la ingenuidad del casto, para abusar de él de cualquier forma, arrebatando su inocencia y llevándole por senda inadecuada, mediante astucia, mala fe, oscuros deseos y lujuria. Según alerta el Señor, en Mar 9:42:

«Y cualquiera que fuere piedra de tropiezo a uno de estos pequeñitos que creen en mí, mejor le fuera si se le atase una piedra de molino al cuello, y fuera echado en el mar. «

El verdadero espíritu de este día ha sido convenientemente sellado en el olvido; pero no estaría de más hacer un recordatorio de su origen, cuando hace algo más de 2000 años, un niño de solo unos días de nacido, recibía la visita de unos magos de oriente, que habían recibido el anuncio de la llegada del Mesías: la luz de la esperanza que comenzaría a brillar para toda la humanidad. La Biblia lo señala así, en Mat 2:1-6:

Y cuando nació Jesús en Belén de Judea en días del rey Herodes, he aquí unos sabios vinieron del oriente a Jerusalén, diciendo: ¿Dónde está el Rey de los Judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle. Y oyendo esto el rey Herodes, se turbó, y toda Jerusalén con él. Y convocados todos los príncipes de los sacerdotes, y los escribas del pueblo, les preguntó dónde había de nacer el Cristo. Y ellos le dijeron: En Belén de Judea; porque así está escrito por el profeta: ‘Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres muy pequeña entre los príncipes de Judá; porque de ti saldrá un Guiador, que apacentará a mi pueblo Israel.«

No fueron reyes, sino sabios; enviados por el mismo Dios. Les dio como referencia una estrella que les marcaría el sitio donde el Señor se abría a la vida, en cuerpo humano, en nuestra dimensión; y luego les instruyó para que no regresaran por el mismo sitio, ya que el rey Herodes les estaba esperando, para conocer hacia dónde debería enviar a los verdugos, intentando abortar el plan del Creador.

Pero al margen de esa otra historia de vanidad real, indiscutiblemente debió haber sido impactante el que tres hombres adultos, sabios por demás, hicieran un trayecto tan largo, solo para adorar un niño de apenas días de nacido; no podemos soslayar la instrucción derivada de esta actitud de sana complicidad:

– Reconocieron a Jesús como el Rey enviado.

– Le aceptaron como el Verbo encarnado de Dios.

– Entrega total en adoración al Rey del Sión futuro y eterno.

– Humildad rendida ante Jesús, reconociendo Su Suprema Autoridad.

– Discernimiento de los tiempos y señales divinas.

– Confianza en el Espíritu Santo, al dejarse guiar, solo por la fe, siguiendo una estrella.

– Sentimiento de Gozo, al llegar ante Él.

– Doblaron sus rodillas y pusieron su rostro en tierra en humillación ante el Señor.

– Le adoraron fervientemente y fielmente, reconociéndole como la luz que venía al mundo.

– Manifestaron su entrega, a través de los presentes, posiblemente lo mejor que tenían.

– Total obediencia al Espíritu de Dios, cuando se les dijo que se pusieran en camino.

– Manifestaron respeto y celo ante lo que se ofrecía a sus ojos, en forma de recién nacido.

Y por último, el significado de los regalos, también recogidos por la Biblia: oro, incienso y mirra.

— El oro: El metal más preciado por la mayoría de las personas. Bíblicamente, el símbolo de realeza, dignidad, poderío y autoridad. Refiere gobierno, posición, omnipotencia y dominio, y representó la rendición total de influencia, poder, autosuficiencia y dominio, a los pies de Jesús. El regalo del oro a los pies de Cristo significó que sometían al Rey de Reyes, lo que más valoraban: un ejercicio de entrega total.

— Incienso: La planta aromática que se quemaba en el Tabernáculo de Moisés y en el Templo de Salomón sobre el altar de oro. Preparado solo a través de la fórmula dada por Dios a Moisés en Éxodo 34-36 y de uso exclusivamente sagrado. Se relaciona con la espiritualidad y debía ser quemado en el santuario cada día y cada noche, como ofrenda agradable al Señor.

— Mirra: Una resina gomosa y fragante, extraída de la “Commiphra myrrha”, planta abundante en el sur de Arabia y Etiopía. Éxodo 30:23, enseña que sería un componente vital del sagrado aceite de la santa unción, según instrucciones dadas a Moisés por el mismo Dios. Debía ser ‘mirra excelente‘, pues era para el uso santísimo.

Pero la mirra, aunque era usada también por sus cualidades soporíferas, se empleaba además para perfumar, durante las ceremonias mortuorias. Y así ocurrió con Jesús, luego de su total entrega, al decidir tomar la copa de sufrimiento en toda plenitud, a cambio de liberar del pecado a toda la humanidad.

Luego que su dolor fuera ofrendado hasta la muerte, José de Arimatea y Nicodemo perfumaron su cuerpo con vendas mirradas, según el testimonio vivo de Juan, en Jn 19:38-40. ¡Gloria a Dios!

Es decir, pusieron a sus pies, lo que el mismo Cristo personificaría hasta su final humano: poder, santificación… y la entrega a los demás, sellando con su sangre en la cruz el Nuevo Pacto entre Dios y el ser humano. Tratado por el cual se nos concedió la opción al perdón y a la vida eterna, en el planeado reino mesiánico, según libre albedrío: solo para quien así lo deseara.

Ese fue el verdadero origen de la tradición: un acto espiritual, en un hogar humilde de la campiña, lejos de discotecas, juguetes, vinos, comilonas, lujos y confort. Los hábitos humanos, su inclinación a intentar sacar provecho de todo, la vanidad personal, los raquitismos de fe… han ido conspirando reiteradamente, para adulterar el primer significado. Pero el legado nos queda vivo en la Palabra de Dios, y no debemos esmerarnos en olvidarlo, sino en promoverlo, buscando de nuevo las raíces que contienen la verdadera sabia de la vida y del amor incondicional.

Cada padre que ha comprado regalos para sus hijos, con estos esperando en sus hogares, debería ante todo, agradecer al Señor por concederle el privilegio de tener una familia con salud… y por no haber nacido en una aldea de África o entre los parias hindúes, en fabelas brasileñas o latinoamericanas, en Chernobil… o en Gaza.

Cada padre que disfrutará este día de Reyes de la alegría familiar, debería aprovechar la bella oportunidad de recordarle a cada hijo el verdadero origen de esta fiesta, inculcándoles la esperanza trasmitida por Jesús, sobre un mundo sin violencia, y lleno de amor, donde todos seamos iguales.

Eso no le hace daño a nadie, ni le convierte en más frágil ni en más tonto ni en menos valorado, pues la urbanidad en la forma jamás será excluyente de la vehemencia en las convicciones. Y no es el odio, sino el amor a Dios, lo que nos acerca a la vida prometida, por todos deseada, aunque muchos no quieran reconocerlo, debido al pago de lealtad que hay que dar a cambio.

¡Feliz día de Reyes a todos aquellos que puedan disfrutarlo!

Para el resto, no olviden nunca el canto de la esperanza:

«Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, que yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga.» [Mat 11:28-30]

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