UN PROGRAMA DEFENSOR
Los optimistas y los pesimistas contribuyen por igual en nuestra sociedad. El primero inventa al aeroplano y el segundo, un paracaídas; pero la positiva congruencia de ambos diseños mana naturalmente de los datos; estos siempre señalarán hacia el razonamiento, en cada cosa que aparezca construida. A través de la historia de la humanidad, no hay ni una sola prueba de que un organismo complejo se pueda erigir sin cálculo previo ni mentalidad arquitecta ni una fuerza de control que la dirija y organice. Los datos derivados de los estudios de cada uno de esos organismos, niegan su origen a partir del azar.
Nuestro propio cuerpo instituye un paradigma de lo expresado. Por ejemplo, la piel podría considerarse la primera línea de defensa ante embates externos que generarían infección. Contados microorganismos logran atravesarla, pues las glándulas sudoríparas, sebáceas, y lacrimales emiten emulsiones químicas muy nocivas para ciertas formas de bacterias. La mucosa nasal es un engendro antimicrobiano. Cuando las bacterias se fijan a él, son remolcadas por la acción ciliar, o devoradas por las células fagocíticas.
Aquellos que logran atravesar la barrera inicial, deberán enfrentar luego muchas secreciones y ataques, racionalmente dirigidos por ‘buenas entidades’ que impedirán el desarrollo e incubación de virus que podrían llegar a ser letales.
Sin embargo, pese a esta resistencia natural ante la ‘invasión enemiga‘, algunos protozoos logran infiltrarse, obligando entonces al organismo a la variante ‘B’: la confrontación directa, sin más acciones bioquímicas ni más historias surrealistas; como un disciplinado ejército, acuden en formación, y unos comiendo, otros ‘encarcelando‘, entablan combate a muerte con el que ‘saben‘, porque un programa les alerta, que resulta un peligroso usurpador.
¿Cómo ocurre la confrontación bélica y qué efecto celular tiene? Pues, automáticamente, no por sortilegio, sino debido a esquemas preconcebidos, se inicia una secuencia compleja de sucesos de respuesta interrelacionados: de algún lugar se dispara una orden de acción y comienzan a presentarse los elementos necesarios en el área atacada, con el objetivo de destruir todo germen que de alguna manera, ‘sea reconocido‘ como intruso, y preparar el escenario para la reparación celular.
Aquí se palpa una de las pródigas conexiones entre los sistemas hemostáticos y los inmunes pues, admirablemente, se activa la proteína citoquina: mensajero intercelular que resulta esencial para que se produzca la respuesta del organismo. Aumenta el flujo sanguíneo, y la permeabilidad capilar se amplia, exudando a través de los vasos capilares, el conveniente suministro de neutrófilos, y proteínas plasmáticas vitales para las respuestas inmunológicas.
Los neutrófilos (o micrófagos), son los leucocitos más abundantes en la sangre humana, poseen profusas enzimas destructoras, así como fagocitina, una sustancia antibacteriana de alta eficiencia. Son células de alta movilidad, cuya consistencia gelatinosa, en el proceso conocido como ‘diapédesis‘, les facilita atravesar las paredes de los vasos sanguíneos para migrar hacia los tejidos invadidos, ayudando en la destrucción de microbios y respondiendo a estímulos inflamatorios.
Ahora bien, esta reacción tiene una mayor complejidad que la descrita hasta aquí, pues la acción de los neutrófilos está condicionada por la histamina (liberada por mastocitos) y TNF-α (liberada por macrófagos). La TNF-α y la histamina actúan sobre las células del endotelio del vaso, activando dichos neutrófilos, mediante la expresión de E-selectina (molécula sintetizada por la célula endotelial dañada). Luego, mediante IL-8 pueden unirse a la E-selectina, y así ser capaces de estar presentes en zonas afectadas, en apenas 5 horas después de empezar la infección. Otra evidencia de diseño, no de casuística reacción.
La principal función de estos leucocitos, es la de detener o retardar la acción de agentes patógenos. Las enigmáticas órdenes que nadie sabe exactamente de dónde parten, hacen que muy poco tiempo después de la invasión externa, se presente una interacción notable entre el endotelio vascular y los neutrófilos circulantes: los neutrófilos llevados por la sangre, se adhieren al plano interno del endotelio. Esto es muy específico, ya que los eritrocitos no presentan tendencia adhesiva alguna, y otros leucocitos, si acaso, tardan más. Es un misterio la forma en que el endotelio adquiere adhesividad.
Luego de adherirse, los neutrófilos se comportan como las amebas; pasan comprimidos entre las células endoteliales. Las alteraciones de la estructura vascular inducidas por los agentes liberados descritos anteriormente quizás facilitan este proceso al debilitar las conexiones intercelulares o quizás el neutrófilo simplemente separe la conexión mediante la fuerza de su movimiento ameboide. ¿Qué inteligencia es la que ha determinado todo este proceso, que recordemos se realiza a nivel microscópico? Es imposible razonar que surgió del azar, sin ninguna intervención inteligente capaz de inducir estas operaciones.
Es más, la exudación de los leucocitos no se limita a los neutrófilos. Mucho más tarde, como si de una nueva ofensiva se tratara, para sorprender al enemigo y no permitirle el tiempo necesario a organizarse para su defensa, entran en acción los monocitos, otro tipo de glóbulos blancos, los de mayor tamaño (aunque no es clara su modalidad de entrada), y una vez en el tejido, se transforman en macrófagos y se multiplican por mitosis. Así, todos los tipos fagocíticos se hallan presentes en el área afectada.
De modo que la fagocitosis es la segunda respuesta del organismo, su arma principal; el aumento de flujo sanguíneo, permeabilidad vascular, y exudación de leucocitos, sirve tan sólo para garantizar la presencia de cantidades apropiadas de fagocitos, engullendo al atacante mediante la invaginación de su membrana y la formación de una bolsa. Una vez dentro, el microbio permanece encarcelado, separado del citoplasma del fagocito por un estrato de la membrana celular de éste.
El paso siguiente experimentado ‘in vitro’, es la degranulación. La membrana que rodea la bolsa hace contacto con los gránulos del fagocito, lisosomas llenos de enzimas hidrolíticas; las dos membranas se funden y los gránulos, aún intactos, entran a la bolsa. Las membranas lisosomáticas que separan los contenidos de la bolsa y del lisosoma se rompen, y las enzimas poderosas son descargadas. Este proceso ocurre en forma explosiva; la acción subsiguiente, el engullimiento, requiere menos de 10 minutos.
Las sustancias liberadas por los lisosomas matan el microorganismo y lo catabolizan en productos de bajo peso molecular, que pueden ser luego liberados en forma segura o utilizados por la célula como fuente de energía. Las partículas extrañas no degradables (madera, colorantes, metal…) pueden ser retenidas indefinidamente dentro de los macrófagos. El proceso total no termina necesariamente con la muerte del fagocito, que puede repetir su función una y otra vez.
Los neutrófilos pueden liberar también gránulos lisosomáticos en el líquido extracelular; las enzimas que liberan estos gránulos atacan el detritus extracelular en el sitio de la lesión, facilitándoles así a los macrófagos el trabajo de devorarlos al final de la batalla, allanando el camino para la reparación del área lesionada.
Hasta aquí, a grandes rasgos, uno de los papeles defensivos del organismo; en realidad el proceso es mucho más complejo que lo referido, pero considero que lo expresado resulta suficiente para pensar que tal comportamiento implica un programa que le permite al cuerpo reconocer y responder ante todo lo que pueda constituir un peligro para sí. Son demasiadas las partes implicadas, es mucha la interactuación, y muy grande la efectividad, pese a que todo se desarrolla a nivel microscópico.
La teoría evolutiva plantea que todos esos procesos maravillosos que ocurren, no son más que logros de una impersonal ‘selección natural’ carente de raciocinio. Pero reconocer a esta la capacidad de realizar operaciones que la ciencia actual no puede, es también concederle inteligencia; pues solo desde ella es posible generar todos los mecanismos de respuesta del ser humano para permitir el mantenimiento de la vida.
Considere por ejemplo esta lectura; el escrito lo produjo la deducción de un ser humano, por lo que no resulta un problema reconocer capacidad creativa. Pero cuando los teóricos evolutivos se ven ante hechos que no pueden ser achacados al hombre, entonces plantean respuestas que no tengan nada que ver con la lógica intervención de una inteligencia superior. Se va contra la razón, pero no importa; cualquier cosa resulta mejor que reconocer esa inteligencia que nadie ve, pero es patentizada en cada célula de todo organismo vivo, e incluso en cada cuerpo inerte.
La información condiciona el pensamiento, y por tanto, el análisis. Un ciudadano chino o coreano no se identifica con el concepto occidental: está predispuesto desde niño, debido a la enseñanza recibida. Solo aquellos más aptos para abrirse al conocimiento, se niegan a bloquearse ante otras fuentes y son capaces de analizar todos los criterios, para luego, libres de influencias sicológicas, concebir opiniones propias.
Nadie puede decir que un libro surgió por azar; no existen novelas algorítmicas. No hay mecanismo natural que logre aglutinar letras con coherencia, expresando criterios; resulta insensato creer que apareció por una causa natural, no dirigida. Si eso sucede con un simple ensayo, cuánto más con una información genética codificada, mucho más compleja, que por tanto únicamente puede ser atribuida a un origen inteligente.
El descubrimiento del ADN y su investigación molecular, enfrentan clara evidencia de la existencia de inteligencia no humana. No obstante, el pensamiento naturalista está tan arraigado en nuestra cultura que, lejos de dar gracias a Dios por el raciocinio que nos ha entregado para diferenciarnos del resto de los animales, una parte de la humanidad lleva más de siglo y medio dedicada a hallar una prueba que logre demostrar su inexistencia, no conformándose con la optativa personal, sino exigiendo a todos los hombres que se dejen arrastrar por esa corriente.
Mientras un grupo importante de científicos dedica esfuerzo y tiempo en luchar por todo aquello que permita avances positivos para la sociedad, otro colectivo se aglutina, marginándose de ellos, intentando sobrellevar las profundas diferencias internas de criterios, en tanto se sumen en una busca incansable en las cenizas del pasado, con el único objetivo de sacar al Creador, definitivamente, de la fórmula de la vida. El porvenir de la raza no resulta importante para ellos, su prioridad es más ambiciosa: erradicar a Dios de la mente de todos los seres racionales, considerando a cada creyente, poco menos que un lelo.
Pero es el propio Jesucristo el que tiene el control, hasta un regreso suyo que no tiene fecha de caducidad, y que sucederá cuando la gente menos se lo espere. Mientras tanto, no estaría de más que se meditara sobre las siguientes palabras:
«Porque como también vosotros en algún tiempo no creísteis a Dios, pero ahora habéis alcanzado misericordia con ocasión de la incredulidad de ellos; así también estos ahora no han creído, para que, por la misericordia para con vosotros, ellos también alcancen misericordia. Porque Dios encerró a todos en incredulidad, para tener misericordia de todos. ¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán incomprensibles son sus juicios, e inescrutables sus caminos! Porque ¿quién entendió el intento del Señor? ¿O quién fue su consejero? ¿O quién le dio a él primero, para que le sea pagado? Porque de él, y por él, y en él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén.» (Rom 11:30)
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