Diciembre 6 del 2011
Desde hace tiempo, y cada día más, en TV, cine y teatro, se está haciendo un hábito el show del terror. Vampiros, diablos, muertos vivientes, y sucedáneos, se translocan entre los medios de comunicación con gran apoyo de espectadores. Lo que vende es lo que se debe producir; y millones de euros olvidan la crisis, prosperando los bolsillos de los productores del miedo. ¿Quién duda que el mal deleita a esta generación? ¿Y por qué ocurre eso? ¿Es que la gente de pronto precisa de terror, desasosiego, y maldad?
Si se pregunta, la mayoría dirá que solo se trata de morbo, que el diablo no existe, ni los vampiros, ni los muertos vivientes, ni los similares vistos en las distintas pantallas y/o sistemas del ‘entertainment’. Una gran parte del mundo no disfruta del esquí u otros muchos deportes, ni atardeceres tranquilos ni reuniones familiares; necesita caña espiritual: sangre, maleficios, yuyos satánicos… el mal virtual abduce al bien real.
Los vampiros son virtuales, salvo esos molestos mosquitos que insisten en sacarnos de quicio, no contentos con sacarnos la sangre; el mal no. Los diablos y muertos vivientes, son una peligrosa realidad; yo los he conocido, me he comunicado con ellos, y conozco su proceder. Quienes mueran en Dios van al Paraíso, a esperar la venida del Cristo juez. Pero los que dejan la vida habiendo estados apartados del Señor Jesús, de los estatutos de Dios, viviendo como diablos, muertos vivientes o vampiros, van directo al infierno.
Allí les esperan distintos niveles de castigo, según la trinchera personal antiCristo que hayan cavado mientras estaban vivos. Muchos, considerándose buenas personas a sí mismos, ni siquiera entenderán qué hacen allí en esa nueva dimensión, tan real como esta, aunque mucho más lúgubre. Y su sufrir parará solo cuando tengan que ir a rendir cuentas ante el Salvador de los justos; o sea, un tiempo de angustia que puede durar siglos, pues solo Dios sabe cuándo será esa hora. Cuando llegue ese momento, se detendrá el castigo durante el lapso necesario para que vean el video de sus vidas.
Quien pecó sin sujeción a Cristo, ante las evidencias en su juicio querrá desintegrarse; intuirá que su regreso al suplicio será inexorablemente perenne. Y los materialistas que digan que eso es imposible, que no hay más vida que esta, les pediré que recuerden el mundo de los sueños. ¿Acaso no se perciben las mismas sensaciones que en el real? ¿No se sufre, se goza y hasta se muere? ¿No se siente el tacto, el olfato y el gusto? ¡El infierno es real! Es una pesadilla sin despertar que para muchos dura ya milenios, y para todos tiene perspectiva de eternidad.
Mas, ¿quién es el diablo? ¿Cuán poderoso es? ¿Cómo se palpa su obra voraz en los hombres? Pues es un espíritu creado por Dios, en su inicio un ángel de luz; uno de los más potentes del mundo celestial. Al igual que el hombre es sometido a la prueba de obediencia que es la vida en sí, también la obediencia de los ángeles fue probada. Y satanás, entre los más esplendorosos de los espíritus celestes, se rebeló.
Su rebeldía y afán de gloria, le hizo acreedor del castigo de Dios; fue echado del reino celestial. Y con él se trajo la tercera parte del mundo angélico. ¡Miren si hubo batalla en el cielo! Habita ahora en otra dimensión paralela a esta… junto con todo su séquito que un día fue rebelde al Creador. Quien estudie física puede ver un símil en la teoría de las cuerdas. Satán tiene más poder que el resto; pero al estar en un nivel superior al físico, todos pueden leer nuestra mente: saben por dónde cojeamos, por dónde pueden meter con seguridad la punta de su lanza para socavar, conquistarnos el subconsciente y llevarnos a donde quieren que vayamos.
Y al igual que en el reino de Dios hay niveles jerárquicos, según lo logrado en aras del bien, también en el infierno hay una jerarquía, según las almas conquistadas para el mal. Mientras que al Reino de Dios lo rige el amor, en el de satanás impera el odio. Los demonios se odian entre sí; su rango se basa en el daño que logran causar.
La cartomancia, la santería, el vudú, el palo, Harry Porter… todas son mañas demoníacas. Si un iluso se presta a ellas, pensando que es solo un juego, movido por simple fisgoneo o que las cartas y las consultas a los muertos podrán resolver sus necesidades terrenales, ha dado el primer paso hacia su perdición definitiva. Es como alguien en el desierto, sin agua ni alimentos, que toma la decisión de adentrarse más en él, pensando que cogió la dirección adecuada. El tiempo corre en contra del error; el infierno espera paciente con su lazo. Y ocurrirá seguro, más temprano que tarde.
Quien se entregue a eso debe saber que, ante todo, los demonios mienten. Jamás le dirán que les espera llama y tormento, sino que le lisonjearán y harán promesas de éxito en la carne. La ouija es un buen ejemplo. Cuando yo llevaba una vida de error, me hice una. Para quien no sepa lo que es: se trata de un cuadrado que puede ser hasta de papel, escribiendo toscamente sobre él, imitando las que se ven en cine o TV. El demonio está siempre ahí, a la caza; él no es muy exigente, pues no le interesa el rigor milimétrico sino que le entreguemos el alma, que nos enganchemos para poder subir de jerarquía en su reino. Así funciona.
Se ponen un ‘OUI’ y un ‘JA’; el sí y el no de la respuesta demoníaca, y con eso basta. No hay exigencia gramatical; no les importa. Facilitan la comunicación incluso con falta de ortografía. Y si la pregunta demanda una respuesta con más datos, entonces se ponen todas las letras del alfabeto formando uno o dos arcos. Así irá respondiendo con una pieza móvil que puede ser: un vaso, un cartabón, un vidrio… Yo usaba un pequeño cartabón; su vacío interior era situado por el diablo de paso, sobre la letra adecuada. Letra a letra decía todo lo que quería decir. Y ahora una enseñanza: ¡leen el pensamiento! Si quiere privacidad, el demonio se la da: solo piense la pregunta y él le dará la respuesta. Sé lo que hablo porque lo viví. ¡Y ese es el peligro! ¡Saben lo que pensamos! Entran por nuestras debilidades; es su vía de dominio.
Sin embargo, el Señor me hizo ver un día que Él no permite esa relación muerto-vivo; le resulta aberrante. Lo aprendí de la forma siguiente: una tía mía había perdido a su esposo y lo extrañaba mucho; sabía que yo tenía una ouija y que al ponerla sobre la mesa y unir mis rodillas con otra persona frente a mí, mirándonos ambos a los ojos, no a nuestras manos, aquel cartabón salía disparado y empezaba a dar respuestas.
Mi tía era una buena mujer; católica y muy cristiana. Solo que le confundía el dolor… pero el Espíritu Santo cuidaba su casa. Recuerdo que nos sentamos en una pequeña mesa, justo debajo de un cuadro del Sagrado Corazón de Jesús al que nunca le faltaba una vela encendida; un acto de recuerdo constante de mi tía hacia al Señor, aunque a Él no le hacía falta, pues es Rey de Luz. Pero era su ofrenda de comunión diaria.
Extendí mi ouija sobre la mesa, y comencé a hacer lo de siempre: invocar al espíritu, esperando que me contestara en el acto. Sin embargo, durante mucho rato estuvimos así sin que hubiera movimiento alguno. Fue la primera vez en todos mis intentos, que no hubo comunicación con espíritu alguno. Así aprendí que hacía algo incorrecto y muy peligroso que el Señor no permitiría en aquella casa.
Me levanté, y dejé aquella basura donde debía haberla puesto mucho antes: en un contenedor de desechos situado en la calle. Aprendí la lección: nunca más he vuelto a contactar ningún espíritu inmundo; cada día me aferro más al Espíritu Santo.
El objetivo de los demonios es hacer caer al hombre en el pecado; una vez en él, como produce deleite, se vuelve reiterativo, y cada día más se asegura su visado al infierno. Pueden estar tan seguros de eso como de que están leyendo.
¿Y qué es lo que incita al hombre a esta loca faena de autodestrucción? El placer por todo aquello que va contra la Ley de Dios; lo prohibido gusta. Se aventuran a seguir tras lo que motiva. Pero el caer en el pecado retando las leyes de Dios, rebelándose, es exactamente igual que jugar a la ruleta rusa con un revolver que tiene todas las balas. No hay ni una mínima posibilidad de sobrevivir.
Se ve el mal, se identifica, se sabe que se hace lo incorrecto, pero aun así, el propio ser humano se pone el lazo al cuello. Luego va apretando, cada vez más estimulado por la búsqueda del falso placer, la droga, el goce tenebroso, lo prohibido, y lo sacrílego.
El hombre o la mujer no ven tras el velo; no saben que tras todo pecado se oculta el diablo. El placer o el egoísmo son carnada: el ser humano es el pez que acude hacia su olla. El subsistir oculto a la inteligencia del hombre que le ignora, le da ventaja al enemigo de Dios. ¡Es su as en la manga! Los humanos se lo ponen fácil: él solo sitúa el anzuelo en el momento y sitio adecuados… y allá va el pez que se mata, apresurado en volverse pescado. La ignorancia da ventaja a satanás; y él sabe aprovecharla.
El mundo actual ha borrado la verdad del diablo; olvidando la noción de pecado sitúa en el olvido al ser que más peligro implica para la integridad espiritual, la vivencia más larga, pues: ¿qué son para una persona los años de disfrute humano? Solo unas cuatro o cinco décadas, respecto a la eternidad del alma. Por solo una gota se pierde todo un océano; se disipa la gloria de Dios, el paraíso concebido por Él para ser habitado solo por quienes demuestren fidelidad a sus ordenanzas.
Jesús conoció ese paraíso; lo vivió junto a Dios y sus ángeles. ¡Él sabía a dónde tornaría luego de haber culminado su plan de salvación para los hombres! Lo reclama en su oración de Jn 17:5, poco antes de ser crucificado:
«Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese.»
Nuestro Señor Jesucristo tenía puesta la luz larga; Él no miraba el insulto y el esputo sobre sí ni los latigazos ni la sangre regando su cuerpo ni el dolor que le produjeron hasta el final mientras fue clavado en su Cruz de Redención gratuita. Su vista estaba fija en el deleite que le esperaba; una dicha ya vivida por Él. ¡Conocía esa Gloria!
Indicó el camino para que nosotros también pudiéramos estar allí a su lado. Pero si se pierde el sentido del pecado, por inercia surge la idea de que el aborto, el divorcio, la homosexualidad y toda acción antiCristo que se hace a día de hoy, son una conquista de la civilización y no errores que aíslan de Dios y conducen al averno.
Muchos venden cada día su alma al diablo; ratifican un billete adquirido para un viaje sin retorno. Aceptan un plan vacacional terrífico y eterno que el espíritu rechaza pues arruina. Al abortar la lealtad a Cristo se frustra también la última esperanza. En esta vida se deciden transacciones; ¿a dónde vamos? Dios da a cada cual el libre albedrío… y también la responsabilidad sobre cada decisión humanamente errada.
A millones aguarda castigo eterno. Se debería meditar abismalmente que nadie sabe de cuánto tiempo dispone. ¡Cuidado con lo que se firma con los actos! Mucho mejor sería aprovechar el tiempo para quemar algún que otro pésimo contrato, arrepentirse ante Cristo, y bautizarse en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.
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