«Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él. Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad; pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado.» (1ªJuan 1:5)
LA SIMIO ‘LUCY’ Y DEMÁS ‘NO HUMANOS’
Cada descubrimiento paleontológico implica una lógica señal de alarma; el mundo aun no es consciente de lo inconmensurable que resulta la vanidad profesional encubierta tras estos quehaceres. Por todo el planeta, se cuentan por miles las personas con picos, palas y artefactos de todo tipo, que hurgan en la tierra en busca del oro subliminal: el eslabón perdido que les saque del anonimato arqueológico y les permita firmar un artículo en alguna de las revistas científicas de más renombre.
En ese caso se vio involucrado el equipo paleontólogo internacional nominado como Misión Paleoantropológica Franco-Chadiana, que en julio del 2002, declaró haber descubierto el homínido más antiguo hasta ahora acreditado. Una nueva especie, supuestamente casi dos millones más vieja que todos los ‘homínidos’ reconocidos, y presuntamente correspondiente a un varón, a quien se le apodó «Toumai», y fue bautizado como ‘Sahelanthropus’.
La misión internacional franco-chadiana halló el cráneo del hipotético homínido y lo dató en siete millones de años; convirtiéndolo así en el antepasado más lejano del ser humano. Según publicó la revista «Nature», la muestra localizada en la región de Toros-Menalla en el desierto de Yurab, en el norte de Chad, consistió de un cráneo casi completo, acompañado de dos fragmentos de mandíbula inferior y tres dientes, cuyo dueño se cree fue un varón. El hallazgo fue protagonizado por un grupo de colaboración científica entre universidades de Francia y Chad que incluyó a cuarenta expertos de diez países y fue encabezado por Michel Brunet, de la Universidad de Poitiers (Francia).
La importancia de «Toumai» radicó en su edad, pues, siempre según la deducción evolucionista, los fósiles de animales hallados en las cercanías apuntan a que vivió en el Mioceno tardío; casi dos millones de años más viejo que los ‘homínidos’ más antiguos, (credo darwinista), datados en cinco millones de años, atrás. El descubrimiento prometió revolucionar las nociones sobre los orígenes del ser humano, puesto que apenas existen datos de esa etapa de la evolución.
Por otra parte, se sugirió que la separación entre hombre y mono pudo haberse producido antes de lo que calculaban los expertos. El planteamiento hasta aquel momento, era que diez millones de años antes, el mundo estuvo poblado por simios y en el intermedio de los cinco millones, surgieron los primeros homínidos; pero los fósiles que se suelen usar para apoyar la teoría sobre esa etapa, caben en una caja de zapatos. De hecho, en Chad solo se ha hallado este cráneo.
Sin embargo, como casi siempre suele ocurrir, cuando la fiebre de la inminente fama ciega a un arqueólogo, Brunet no se tomó mucho tiempo de reflexión para asegurar en ‘Nature’ que ‘Toumai’, según él, el homínido más antiguo conocido, debía ser considerado el antecesor de todos los posteriores, es decir, el ‘ancestro del linaje humano‘: casi nada.
La popularidad no ataca todos los días a las personas que la buscan, así que aprovechó su momentazo y se lanzó a la embestida, ojos cerrados y testa al suelo. Algunos científicos que lograron ver el fósil, declararon que podría revolucionar los criterios hasta entonces considerados como firmes. Uno de esos ejemplos fue el de Daniel Lieberman, de la Universidad de Harvard, que consideró que tendría ‘el impacto de una pequeña bomba nuclear‘.
En otro comentario, el responsable de Paleontología de «Nature», Henry Gee, opinó que el hallazgo de «Toumai» fue ‘el más importante que se pueda recordar y rivaliza con el del primer ‘hombre-mono‘: el Australopiteco Africano hallado hace 77 años, el descubrimiento que fundó la paleontología moderna‘.
El enfoque dado por sus descubridores, fue que el cráneo mostraba una combinación de rasgos primitivos y avanzados, pues mientras su bóveda era similar a la de los simios, los huesos de la cara resultaban breves, y los dientes, especialmente los caninos, los percibían demasiado pequeños, según ellos, muy parecidos a los humanos.
Señalaron como mención aparte, una eminencia ósea arqueada bajo la prominencia del hueso frontal, situada inmediatamente bajo la ceja: que no se encuentra fuera del género humano. Es decir, según Brunet, la nueva especie de homínido, teniendo en cuenta las dimensiones del cráneo, ‘probablemente tuviera un tamaño similar al del chimpancé común‘ aunque recalcó que, bajo su punto de vista, «Toumai» no se parecía a un chimpancé, ni a un gorila ni a los fósiles de homínidos más recientes.
Manifestó que ‘su gran antigüedad‘ y sus caracteres anatómicos, sugieren una estrecha relación con el último antecesor común entre los humanos y los chimpancés, implicando una separación entre monos y seres humanos probablemente más temprana, que lo que indicaban la mayor parte de los estudios moleculares, debilitando sin querer la credibilidad de esta técnica.
Este equipo de antropólogos descubrió en el Chad más de trescientos emplazamientos con fósiles clasificados por ellos como vertebrados del Mioceno y exteriorizaron su esperanza por poder efectuar más hallazgos significativos. Asimismo, llevaron a cabo estudios más detallados de anatomía, como la reconstrucción tridimensional, análisis del desgaste dental, paleohistología, etc, para definir con mayor precisión las características del nuevo homínido, su medio ambiente y sus hábitos ecológicos.
Sin embargo, las dudas científicas saltaron de inmediato: algunos experimentados paleontólogos aseguraron que no se trataba de un homínido, sino de un simio con características antropoides, negando la ‘humanidad‘ de Toumaï, el presunto ‘eslabón perdido‘ descubierto en el desierto chadiano. Lo que inicialmente constituyó el mayor hallazgo en este campo en los últimos 70 años, emprendía su carrera hacia el descrédito.
Toumaï fue célebre; se convirtió en portada de prestigiosas revistas en todo el mundo y se le asignó la siempre conflictiva definición de ‘eslabón perdido‘, y título de ‘abuelo de la humanidad‘. Pocos medios recogieron las dudas de un grupo de paleontólogos que, sólo dos días después de la presentación en sociedad del espécimen, afirmaron que el cráneo, según todos los indicios, perteneció a un chimpancé.
El escepticismo creció enormemente, al publicarse en la revista ‘Nature’, el mismo foro en el que se trató el ‘trofeo’, el polémico artículo: ‘¿Sahelanthropus o Sahelpithecus?‘, haciendo referencia a la clasificación científica del ejemplar (Sahelanthropus tchadensis). Indicaba el cuestionamiento de otros hombres de Ciencia: ‘¿Hombre de Sahel o mono de Sahel?‘ En su redacción, los profesores Milfor Wolpoff (Universidad de Michigan), Brigitte Senut (Museo de Historia Natural de París), Martin Pickford (Collège de France, París) y John Hawks (Universidad de Wisconsin), afirman que nadie puede decir a qué especie pertenece Toumaï, pero que en todo caso, definitivamente, no se trata de un humano.
La réplica de Michel Brunet salió en el mismo número de la prestigiosa revista científica: en la que afirmó que la conclusión de Wolpoff y sus colegas «no se apoya en ningún tipo de datos publicados o inéditos«. Consideró por ello, que sus ‘frívolas‘ aseveraciones no son más que ‘un curioso intento de socavar y desacreditar‘ el descubrimiento.
A los ojos de un profano puede sorprender que una discusión tan violenta se produzca en el marco académico, aparentemente tan apacible. Sin embargo, en este caso, además de tratarse un campo científico muy competitivo, hay un precedente crucial: en enero de 2001 el mismo equipo que ahora duda de la filiación de Toumaï encontró en Kenia una mandíbula, dientes, una falange, un brazo y el hueso de una pierna.
Aseguraron que pertenecían a un homínido de 6 millones de años que bautizaron como Orrorin tugenensis, o más popularmente, como ‘El hombre del milenio‘. Las críticas a sus conclusiones no cesaron desde entonces, y se supone que debido a esa espina profesional, el grupo de Wolpoff aportó un argumento sólido en el artículo de ‘Nature’ para descalificar los razonamientos de Brunet: el lugar donde iban encajados los músculos del cuello indican que la espina dorsal no correspondía a un animal que caminara erguido.
‘No adoptaba para caminar la posición de un humano, luego no era humano‘ – dijo el profesor de la Universidad de Michigan. El resto de las supuestas características humanoides de Toumaï (hocico corto, caninos pequeños, arco supraciliar poco pronunciado), afirman, no son pruebas concluyentes, porque podrían corresponder también a un ejemplar hembra de chimpancé.
Otros grandes paleontólogos mundiales prefirieron mantenerse al margen de esta agria polémica. Algunos prefirieron esperar a que se terminara la reconstrucción en 3D del cráneo, que se encontró aplastado. De hecho, Brunet cree que los críticos han confundido la posición de encaje de los músculos debido a su condición actual; y algunos señalan que, si bien no se puede descartar la hipótesis del chimpancé, tampoco puede decirse que Toumaï no fuera un homínido, pues el evolucionista árbol genealógico de la humanidad anda todavía demasiado escaso de follaje para ser más preciso.
Toumaï, que significa ‘esperanza de vida‘ en lengua goran, contempla silencioso la batalla que ha desatado. Quizá en un futuro, con ayuda de tecnología más avanzada, pueda decirnos algo más sobre sí mismo, de su raza simiesca y su ninguna relación con los humanos, salvo una sola: que ambos forman parte de la inmensa Creación de Dios.
Australopithecus (primero izquierda, abajo) también aguarda su momento reivindicativo; él sabe que fue simio, aunque la obstinada evolución pretenda convertirle en antecesor humano. Yo he revisado su foto: un mono, nadie me convencerá de lo contrario; junto a él, Neandertal y Cromagnon. Por último el fósil de Chad de este artículo, que varios paleontólogos evolucionistas clasifican como chimpancé. Vean por ustedes mismos:
También les muestro dos cráneos ‘Australopithecus afarensis’, ambos en el supuesto entorno de 3 millones de años: Lucy, la que intentan convertir en nuestra lejanísima abuela, junto una niña; juzguen con sus propios ojos; cualquier parecido a mono, no es simple coincidencia:
En el Museo Arqueológico de Lima, Perú, hay una vitrina que muestra una colección de cráneos de muy extrañas formas. También se puede hallar más material de este tipo expuesto en el Museo de Ica, Perú, y otros museos paleontológicos de Sudamérica. Generalmente están rotulados como ‘Cráneos deformados por prácticas rituales‘ o algo similar. Los ‘caribes’, aborígenes que dieron nombre a este mar, también solían deformar los cráneos de sus hijos desde pequeños, aplanándolos por presión lateral en los parietales.
Los datos que se poseen sobre estos cráneos son incompletos, lo que hace difícil saber cuál fue el contexto en que pueden haber convivido con otros hombres, definir su antigüedad y cuál es su origen. Hay cráneos muy distintos entre sí, como si provinieran de diferentes especies, similares aunque con diferencias morfológicas. Sin embargo, todas pertenecen a la raza humana. También los adjunto, para que aprecien diferencias:
Estas formas raras no se deben a ninguna evolución azarosa, sino a deformaciones intencionales aplicadas por razones rituales, estéticas o religiosas; una costumbre conocida, por ejemplo, en la antigua Nubia, Egipto y otras culturas. La deformación se producía en los niños desde muy pequeños, aplicándoles presión por medio de tablas, cintas de cuero, ataduras de tela y otros artefactos que, debido a la compresión constante, lograban que los cráneos se deformaran y crecieran con formas no usuales. Pura estética, de igual manera que los chinos reducían los pies de sus mujeres.
Buscar aclaraciones en cráneos fósiles, no mejora a la sociedad. El hombre y los distintos tipos de simios, son y han sido siempre seres diferentes desde sus raíces primigenias. Ninguno de ellos tiene nada que ver con bacterias, eucariontes, o pequeños y grandes vertebrados; cada cual con lo suyo, todos enfrentamos la vida con las condiciones morfológicas impuestas por el Creador, según se presentan en el plano material. En el espiritual es otra cosa, y cada cual podrá verificarlo en su momento.
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