Marzo 24/2009
Continuando con una serie de presentaciones de evidencias que confirman los errores de la datación geológica [muchos más que los que pueden imaginar], hoy les presento otro que ni es menos importante que los anteriores ni tampoco que el resto que iré subiendo a este blog, poco a poco.
El caso de hoy lo ocupan unos pequeños objetos metálicos y esféricos expuestos en el Museo de Klerksdorp, Sudáfrica, que han puesto a pensar a científicos internacionales de todos los niveles.
Se trata de unas pequeñas esferas metálicas que fueron halladas a una considerable profundidad bajo tierra, en diferentes minas africanas, desde algunas décadas atrás, algunas luciendo tres ranuras paralelas alrededor de su ecuador. Estas excentricidades fueron descubiertas en una mina de plata de Gestoptesfontein, cercana a la ciudad de Ottosdal, África del Sur.
Sin embargo, cuando comenzó a circular la noticia, saltaron comentarios sobre evidencias mineras que citaban que desde mucho tiempo atrás, y en minas distintas, resultaba usual que los obreros de las profundidades topasen objetos de este tipo, aunque no de forma masiva, sino aislada.
Pese a que las hay de distintos tamaños, ninguna excede los 8 cms, y tienen una característica que las diferencia y que introducen más interrogantes, pues con independencia de su tamaño, pueden dividirse en dos tipos: sólidas y huecas. Las primeras con un metal azulado con algunas pintas blancas; las huecas, en cambio, están repletas de un material esponjoso y blanco que se esfuma al cortarlas y quedar en contacto con el aire.
Pero quizás lo más importante es que su exterior este integrado por una aleación de acero y níquel de gran dureza; así como que presenten unas finas rayas o surcos, que las rodean y dividen en dos hemisferios idénticos.
Esto pudiera establecer una pauta lógica de datación, puesto que aunque no se sabe con exactitud la fecha en que se descubrió la técnica de fundir mineral de hierro, los primeros artilugios de este metal, desenterrados por arqueólogos en Egipto, si pueden ubicarlos, al menos ya en esa etapa. En realidad, los primeros en producir objetos de hierro, según indicios producto de investigaciones históricas, fueron los ‘hititas’, pueblo ubicado, a mediados del siglo XIV A.C, en la actual Turquía.
Precisamente, su poder se fundaba en tal adelanto, que les proveía de armamento muy superior, así como mejoras navales que acrecentaron su potencial marinero. El tramiento térmico que endurecería aun más las armas de hierro, no llegó hasta el 1.000 a.C., cuando los griegos dominaron esta técnica, más compleja.
Aun así, el límite que fija la posibilidad de aparición de estas esferas, lo establece en realidad la presencia del níquel, pues no hay datos que refieran la aparición de la aleación de este metal y hierro, hasta el siglo XIX. Fue en aquel período que se supo que el hierro, aleado con metales como cobre y níquel, mejoraba su resistencia a la corrosión por oxidación. La historia de la siderurgia dicta que en 1865 ya se hacían aceros con 25 y 35% de níquel.
Luego, estamos ante una frontera creíble desde el conocimiento tecnológico histórico, en que estas esferas pudieron ser elaboradas. Sin embargo, la situación se complicó cuando, durante pruebas de laboratorio a las que fueron sometidas, se precisó que estas extrañas esferas metálicas estaban perfectamente equilibradas; hasta tal punto que excedían el límite de exigencia establecido por la ingeniería NASA, aplicada al diseño de los giroscopios usados en los sistemas de dirección de sus naves espaciales.
Se constató que el nivel de balanceo de algunas de estas esferas alcanzó ¡cien milésimas de pulgada! Y partiendo del criterio de que ese es un logro que hoy solo se alcanza en laboratorios muy especializados, y bajo condiciones de gravedad cero, algunos se ‘estiraron’ para opinar que su procedencia era, o ‘extraterrestre‘ [de nuevo otro cuentito], o de culturas anteriores, que habían adquirido una abismal capacidad tecnológica.
La NASA se interesó por estos objetos y los sometió a estudios en sus laboratorios. Los halló perfectamente balanceados, algo solo posible desde una inteligencia; excluyeron con rotundidad cualquier planteamiento anterior que les señalara como ‘naturales‘. Y yo, por supuesto, no iré contra la opinión de la NASA, pues coincide con la mía: una inteligencia procedente de culturas anteriores, tan anteriores como, por ejemplo… ¿quizás el siglo XV? ¿Acaso hay que viajar más lejos en el tiempo? ¿Hay que subirse a una nave espacial estilo ‘Futurama‘?
¿Por qué no pensar en el nivel de precisión tecnologica que exige la maquinaria de un reloj? ¿No se fabricaron relojes cuyas piezas interiores estaban montadas en áncoras metálicas pequeñísimas, con una oscilación exacta y micrométrica?
Un ejemplo lo vemos en el reloj astronómico del Ayuntamiento de Praga, del año 1486. Incluso en su inferior hay una ‘esfera‘ calendario. También Italia da su testimonio, con el reloj instalado en la torre del campanario de San Eustorgio, Milán, fechado en el 1309.
Hasta España ha puesto su granito de arena testigo. En un inventario de la Catedral de Toledo, hecho a mediados del 1250, se cita un ‘orologio desbaratado‘; o sea, que había dejado de funcionar… acreditando que estuvo dando su hora allí, ya antes de esa fecha. El tratado de Alfonso X ‘El Sabio’, describiendo la presencia de relojes mecánicos en el 1267, en los ‘Libros del Saber de Astronomía’, también dan fe de ello.
Los sistemas ‘balancines’, ajustándonos más a la perfección citada por NASA, en cuanto a la propiedad de las esferas exóticas, fueron incorporados en relojes portátiles, desde el 1675, mediante una innovación introducida por Huygens. Así que no dudemos de la capacidad de crear objetos precisos que tenían nuestros ancestros, pues en este mismo año, un señor apellidado ‘Newton’, ya revolucionaba la mecánica.
Y ahora, aclarada la posibilidad real de que, desde nuestros bisabuelos hacia acá, hubo capacidad tecnológica de crear estos artilugios, enfrentemos una situación que sí resulta imposible de explicar desde la razón, la lógica y el conocimiento humano. Según Roelf Marx, director del Museo de Klerksdorp, donde se exhiben esferas de este tipo, el estrato de roca donde fueron localizadas corresponde al Precámbrico, la etapa más larga de la Historia de la Tierra… según ‘desinforman‘ los actuales sistemas de datación.
Es decir, desde el Museo se dice al mundo entero, que los depósitos en los cuales se produjo el hallazgo se formaron por sedimentación hace unos 2.800 millones de años; una etapa dónde se calcula no existían aun ni las cianobacterias. ¿Cómo es posible siquiera intentar explicar la presencia de estos objetos ‘manufacturados’, en estratos precámbicos? ¿Quién estaba en disposición, hace miles de millones de años, de la tecnología necesaria para poder fabricar tales piezas enigmáticas?
Una vez más, como otras veces, vemos que los sistemas de datación, cada vez que existe la posibilidad de contrastarlos con una realidad palpable, resultan erróneos hasta la mayor exageración capaz de ser concebida.
Si los involucrados en la geología y la teoría evolutiva resultaran más racionales, actuando como se actúa desde la sensatez, reaccionarían y acabarían reconociendo que las técnicas empleadas para apoyar hipótesis de mundo eónico, no arrojan ni un ápice de credibilidad. Si de verdad la honestidad brillara en sus corazones, cada vez que se vieran ante estas situaciones [que no son aisladas ni mucho menos, sino que son cientos de evidencias], saltaría la señal de alarma gobernada en el mecanismo de la inteligencia, y levantarían la señal de STOP.
Pero no se hace; simplemente se arrojan las evidencias ‘íncomodas‘ a un museo, y se siguen cometiendo los mismos errores, sin mostrar una pizca de deseos de rectificación. Por favor, reaccionen ante la presencia del Hijo de Dios; mediten en su corazón durante un instante, y cuestiónense al menos: ‘¿Y sí estamos equivocados?
Solo pregúntenselo; les aseguro que el Señor verá eso como un primer síntoma de sinceridad en el corazón, el sitio donde nacen las intenciones… quizás esa simple curiosidad, sea el primer paso para convertir su negación en arrepentimiento, y la muerte, en inmortalidad.
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