En los últimos artículos he venido escribiendo sobre lo que considero el escollo fundamental que hace que los que abrazan la teoría de la evolución se manifiesten tan reacios al reconocimiento de la Creación de Dios: el desconocimiento del espíritu.
La teoría darwinista aborda una presunción materialista sobre el origen de la vida biológica del planeta, y su posterior desarrollo. Se fundamentan en millones de coincidencias concebidas al azar, intentando dar respuesta a la diversificación de las especies, mediante una hipotética auto-evolución, que desde un mismo origen dio lugar a todos y cada uno de los animales y los vegetales. Es decir: el desaparecido dinosaurio, la lechuga que comemos en la ensalada, y la caoba con la que se construyeron la cama y el armario de la bisabuela, tuvieron el mismo inicio.
Por su parte, el planteamiento bíblico de la Creación, se contextúa en el ADN, con las palabras trasmitidas a Moisés por el propio Creador, señalando que la materia orgánica ‘viva’ se derivó de la inteligente, dosificada, y cronometrada relación entre elementos inorgánicos inertes. Dicho de otra forma: todas las especies, desde la única célula procariota [virus, bacterias…], pasando por la clasificación eucariota [ameba, algas…], hasta la intensísima complejidad de los seres vivos con metabolismos más complicados [animales o vegetales], fue diseñado con su propia información genética, individualmente: una instrucción codificada para cada tipo.
Si un defensor evolutivo, ya sea paleontólogo, geofísico, biólogo o de cualquier especialidad, conociera la existencia del espíritu, vería confrontado lo que él/ella piensa de la realidad, con lo que la presencia espiritual le revelaría. Por ello, intentaré nadar un poco en este concepto tan importante, esperanzado en que, igual que yo llevo más de un año de dedicación intensiva a la teoría de la evolución y su ‘selección natural’, sus adeptos hagan un esfuerzo e intenten entender lo que esta palabra significa e implica para los creyentes en fe, de la Creación de Dios.
Por concepto de traducción [por ej., algunas transcripciones reflejan ‘espíritu’ donde en realidad se escribió ‘alma’ o viceversa], en varias versiones, este vocablo aflora repetido sin coincidencia numérica entre sí. Es el caso de la Biblia KJV, edición inglesa, en la que aparece 505 veces, mientras en la Reina Valera 2000, se presenta en 480 ocasiones. Esta última es la que usaré como referencia.
En el capítulo 8 de la carta del apóstol Pablo a los Romanos, ‘espíritu’ se presenta en 23 oportunidades, de las cuales [y esto es lo verdaderamente importante], 20 de estas apariciones son con ‘E’ mayúscula, y 3 con ‘e’ minúscula. ¿Por qué? La respuesta es: para que se pueda diferenciar cuándo se refiere al ‘Espíritu Santo de Dios’, y cuándo al espíritu individual que este concedió a todo ser humano. Y fíjense que especifico que esto es patrimonio exclusivo del hombre y la mujer; el resto del mundo animal, y por supuesto, el vegetal, carece de él.
En Rom 8:15-17, en concreto, se instruye:
«Porque no habéis recibido el espíritu de servidumbre para estar en temor; sino habéis recibido el Espíritu de adopción, por el cual clamamos, ¡Abba, Padre! Porque el mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu que somos hijos de Dios. Si hijos, también herederos; ciertamente de Dios, y coherederos con el Cristo; si empero padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados en Su eternidad.»
Ahora bien, ¿en qué consiste esta unión ‘Espíritu-espíritu’? Pues, para establecer una semejanza comprensible desde la misma Ciencia, podríamos exponer el concepto de la solubilidad química: la afinidad química que tienen dos sustancias, desde dos ópticas distintas: Polar y no polar. Las polares son solubles con ellas mismas, pero no con las no-polares. Las no-polares son solubles entre ellas, pero no, con las polares.
Dicho esto, quedaría por establecer quién es una y quién la otra.
Imaginemos que extrapolamos este concepto, entendiendo que el espíritu, independientemente de su procedencia y magnitud, puede ser considerado como energía. Tendríamos entonces la ‘solubilidad de las energías’, latentes en la 4ª dimensión espiritual, considerando como ‘Polares’ a las que proceden de Dios y su mundo angélico, y como ‘no polares’ a las que se derivan del campo de satanás y su séquito, que SÍ existen.
Si el espíritu de un ser humano se manifiesta en consonancia con las directrices del Espíritu de Dios, siguiéndolas en fidelidad, este sería ‘polar’, y habría una ‘afinidad‘ entre ‘Espíritu Santo y espíritu’; contrariamente, si el espíritu humano se manifiesta antagónico al de Dios, tendría tendencia a la no-polaridad, siendo entonces más receptivo a la influencia del maligno.
Por eso, toda alma está condicionada a someterse a las potestades superiores; aunque la elección queda al arbitrio del hombre, porque así lo ha querido el Padre, para que cada cual se manifieste según lo que hay en su corazón, y según reaccione ante lo que todos conocemos, en mayor o menor medida, sobre las Escrituras: que no hay mayor potestad que la de Dios, pues la de su enemigo, el diablo, siempre le será subordinada. Así que, el que se opone a Su autoridad, es rebelde a su orden, y gana condenación para sí.
Porque si se nos dice: ‘No adulterarás, no matarás, no hurtarás, no dirás falso testimonio, no codiciarás…‘ en esta orden se resume: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo‘. La caridad no hace mal al prójimo; de modo que la piedad es el cumplimento de la ley. La noche está pasando, y cada vez se acerca más el día; evacuemos, pues, las obras de las tinieblas, y vistámonos las armas de la luz, andando honestamente. No en gulas y borracheras ni revolcados en camas ajenas ni homosexuales ni en escaleras vecinas ni corruptos de ninguna manera ni entre drogas y alcohol ni en pendencias y envidias… sino identificados con las enseñanzas del Cristo, invulnerables ante la carne y deseos indebidos.
¿Qué nos dice el Espíritu?: «Cercana está la palabra, en tu boca y en tu corazón.» Por eso es que constantemente predicamos, según Romanos 10:9-10:
«Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación.»
La propia Escritura avala la promesa cuando dice en el siguiente versículo [11]:
‘Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado.‘
Porque no hay diferencia entre creyentes y no creyentes, pues el Crucificado no excluyó a nadie cuando se ofreció a la ignominia del madero. Es el Señor de todos y para todos; sobreabundante con aquellos que le invoquen, fiel a su promesa que augura que todo aquel que invocare el nombre del Señor, sintiéndolo en su corazón, será incluido en su futuro Reinado.
Pero, ¿cómo, implorarán a aquel en quien no han creído? La fe es por el oír; y el oído solo está en resonancia con aquel dispuesto a seguir con fidelidad la palabra del Cristo. Pues por toda la tierra navega y ha navegado SU mensaje, garantizando que en todo rincón haya sonado su promesa, por lejano que situemos cualquier punto en el planeta.
Mas digo: ¿Ha llegado el conocimiento de Jesús a todos? Ya Isaías 65:1, [740 AC], lo vaticina:
«Fui buscado por los que no preguntaban por mí; fui hallado de los que no me buscaban. Dije a gente que no invocaba mi nombre: ‘Heme aquí, heme aquí’.»
Porque el Espíritu de Dios saturó a muchos de incredulidad; para luego tener clemencia con ellos. Una profundidad de la sabiduría y la Ciencia del Padre; con sus juicios y sus inescrutables caminos incomprensibles para nosotros. Porque ¿quién entiende el ensayo del Señor?: nadie; pues de Él, y por Él, y en Él, son todas las cosas. Así como de Él está la Biblia llena de consejos, como el que leemos en Rom 12:21:
«No seas vencido de lo malo; sino vence con el bien al mal.»
Seamos inteligentes y aboguemos por nosotros mismos, sometiéndonos al que dictará la orden final, para que su Espíritu conviva con nuestro espíritu en afinidad absoluta, y nuestro futuro esté asegurado junto a Él, en una vida espiritual eterna, en la hora que ningún reloj humano podrá retrasar ni un segundo, y solo por el Altísimo conocida: la definitiva.
¡A él sea la gloria para siempre, con sus fieles a su lado; Amén!
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