LOS PADRES RESPONDERÁN ANTE DIOS POR LA EDUCACIÓN A SUS HIJOS.

julio 12, 2015

Los niños se enfrentan a la toma de decisiones, prácticamente desde que comienzan a razonar. Normalmente, el característico ‘¿Por qué?’ marca la pauta de inicio de esa etapa en que van formando sus principios de conducta. Necesitan saber para poder decidir; necesitan enfrentar los titubeos que les asaltan y les incapacitan para dar respuestas.

Es una etapa clave en la vida del niño, que depende de la orientación de sus padres para enfrentarse a la vida desde los más elementales retos que esta le impone. Es un tiempo vital en la educación; y los padres deben estar muy pendientes del repetitivo ‘¿Por qué?’, aunque al oído le resulte cansino. Salvo excepciones de mentes extraordinarias, de un padre pasota que deja a la escuela y al mundo la educación de su progenie, solo saldrán hijos pasotas.

Hace unos días en la TV se trataba el asunto: el famoso programa ‘Pesadilla en la Cocina’, del popular maestro cocinero Chicote presentaba el caso de unos hermanos que llevaban un restaurante, y este se hundía. La organización de los dueños era nula… y rápidamente se vio que el origen del problema estaba en la base: la educación que habían recibido desde niños.

Entró en escena el padre de los muchachos, portando su coleta ‘progre’; y desde el inicio dejó claro que él había optado por respetar ‘la libertad de decisión de sus hijos’. Se amparaba por supuesto en aquello de ‘las libertades civiles’, que tanto se proclama desde sectores ateístas de la sociedad. Debido a esa actitud vaga, los niños debieron aprender por sí mismos, a golpes de la vida, perdiendo así la vital influencia de los padres en su educación básica; y una de las consecuencias fue la incapacidad para organizarse y triunfar.

¿Aprenderían por ese método de educación? Sin dudas, sí. Pero tendrían que pagar un alto precio en tiempo (la sustancia de la cual está hecha la vida) antes de adquirir la experiencia necesaria para decidir por sí mismos… sin cometer errores que muchas veces conducen a tragedias.

En la historia del multimillonario Henry Ford, creador de la famosa industria del automóvil, vemos un ejemplo de cómo un padre debe influir en los primeros pasos de sus hijos. Es cierto que al final, cada quien dará según su valía personal; pero es innegable que una buena pauta de conducta, una orientación primaria, es un buen sistema para conducir al éxito personal.

El millonario Ford le dio educación académica a su hijo; tuvo la preparación básica durante años. Fue exigente con el heredero durante toda su infancia; no tenía carencias económicas… pero tampoco careció de retos que irían formando su actitud y aptitud posterior ante la vida. En cuanto tuvo edad para ello lo metió en los talleres de su fábrica, como un peón mecánico más, sin privilegios. Años después, este hijo heredó la Compañía con un conocimiento total del funcionamiento de cada departamento, y logró cosechar aun más éxitos que su propio padre. Es innegable que gracias a la formación y orientación inicial por la que su padre le fue guiando durante años.

En este mundo actual la juventud está rodeada de una nutrida toma de decisiones desde que salta de la cama en la mañana, hasta que regresa a ella en la noche. Y los padres deben saber que deberán responder ante Dios por la educación que han dado a sus hijos. Si los hijos han salido de mala cabeza por sí mismos, aun habiendo recibido una buena disciplina, entonces la culpa recaerá sobre ellos mismos; serán responsables de sus actos. Pero si estos actos han sido consecuencia de una actitud negligente de sus padres durante su etapa de formación, les aseguro que estos se verán ante el tribunal de Cristo, respondiendo por no haber dado en su momento la instrucción que la Ley de Dios ordena que se dé dentro de una familia.

El proyecto del hogar no es posterior al demencial concepto de ‘antes monos, luego personas’, inducido en las aulas del mundo por el sofisma de la teoría evolutiva. (Sofisma: Razón o argumento aparente con que se quiere defender o persuadir de lo que es falso.) El plan de Dios para la familia es tan viejo como la propia humanidad. El matrimonio, el hogar y la familia no es una institución social, sino divina. Empezó con Adán y Eva sobre el primogénito Caín (mala cabeza y peor corazón) y continuó en cada uno del resto de su descendencia.

El plan: “Creced y multiplicaos”, incluyó pautas de conducta que exigían fidelidad a los estatus preconcebidos: los mandamientos del Creador; y así ha sido trasmitido de padres a hijos durante varios cientos de generaciones. Los proverbios y libros de Salomón contienen muchas reflexiones y enseñanzas derivadas de tales ordenanzas celestes.

Cada hijo, al morir (excepto los niños inocentes) tendrá que dar cuenta de su paso por este estado de probación del alma que constituye la vida. A consecuencia de sus acciones en el mundo, en su nuevo estado espiritual será conducido a un sitio acorde a esas acciones. Si ha muerto aferrado al Evangelio de Jesús (dado por Dios), reconociéndole como Salvador (salva del infierno y de la muerte espiritual), y siéndole fiel desde su bautismo, su alma será llevada a una dimensión de felicidad y paz: el Paraíso. Y allí permanecerá hasta el regreso del Cristo, cuando vuelva para derrotar a satanás y hacer efectivo el plan para la familia eterna. Es la promesa del Señor, que no miente.

Por otra parte, los pecados del hijo/a sorprendido/a por la muerte mientras vivía en negación a Jesucristo, según el lema mundano: “A vivir, que son dos días”, conducirán su alma a un estado de miseria, una dimensión de dolor y tormento: el infierno. Y si los padres no enseñaron a ese hijo los preceptos dados por Dios, tendrán que responder ante el Creador por tal indolencia. Aseguro que se les pedirá cuentas por las consecuencias de su desidia.

De modo que todos esos padres que en vida crían a sus hijos al margen de las leyes divinas, abrazados a leyes mundanas, se verán en la tesitura de ser abrazados luego por el mismo ser a quien decidieron seguir en vida. Del Señor Jesús recibí hace unos pocos años:

“Seréis abrazados en muerte por aquel a quien os hayáis abrazado en vida.”

La familia cristiana es una de las mayores fortalezas de Dios contra el mal que cada día más y más, prolifera en el mundo. Es un deber de los padres el esforzarse por mantener a su familia fuerte y unida; digna de las bendiciones que nuestro Padre Celestial tiene preparada para sus fieles.

La familia es el lugar más eficaz para inculcar valores duraderos a sus miembros. No es fácil criar hijos en medios contaminados por el mal; se hace imprescindible el enseñar los mismos principios morales inculcados por Jesús de Nazaret desde que sus hijos son pequeños. E igualmente importante es el control del uso de la televisión y las nuevas tecnologías, que arrastran hoy a la juventud hacia los abismos. El falso concepto de la ‘libertad’, (traducido por libertinaje), en realidad conduce a las férreas cadenas del infierno.

Así, los hijos deben saber que hay un plan eterno, que tienen un Padre Celestial eterno en quien pueden confiar, a quien pueden orar, y de quien pueden recibir guía. Deben saber tanto ‘de dónde vinieron’, como ‘a dónde podrán ir finalmente’, para que su vida tenga significado y propósito.

A los hijos se les debe enseñar el poder de la oración, y a expresar agradecimiento por la bendición del sacrificio de Nuestro Señor Jesucristo como puente de expiación contra el pecado, y de reconciliación con Dios. A los hijos se les debe enseñar a distinguir el bien del mal; pueden y deben aprender los mandamientos de Dios. Se les debe enseñar que robar, mentir, engañar y codiciar lo que otros tienen es pecado e impone un precio muy gravoso.

Se les debe enseñar a ayudar en las labores del hogar, y deben aprender que el trabajo honrado fomenta la dignidad y el respeto, no solo de los demás, sino por uno mismo. Y los padres tienen la responsabilidad de desarrollar un hábito de conducta hogareña: la reunión de una noche de hogar dedicada a buscar la comunión con el Espíritu Santo, para que, con la presencia de Jesús, el gran aglutinador de la familia, se pueda neutralizar cada intentona del diablo para destruirla, según el plan que ha venido desarrollando desde el principio de la humanidad, cuando indujo a Caín a cometer homicidio contra su hermano Abel.

Lo más inteligente que pueden hacer los padres es apegarse al Evangelio de Cristo, y fomentarlo en el corazón de cada hijo. La acción más beneficiosa de los padres es luchar por mantener una casa en orden, guardando los mandamientos de Dios e inculcar esto en la visión de futuro de los hijos.

El amor filial, en su expresión más profunda, no es una sombra fugaz que termina con la muerte, sino la sustancia misma que une a las familias en un plan definitivo y eterno que trasciende la muerte física, y que un día reunirá a todos los que se fueron antes, con los que se fueron después. Es un hecho.

Y es vital la instrucción sobre el sexo. Cada padre que se deje llevar por los vientos modernos, diciendo a los hijos que ni la homosexualidad ni el sexo fuera del matrimonio son malos, tendrá que responder ante Dios por ello. Cada padre que lleva a sus hijos inocentes a participar de los vergonzosos desfiles gays, responderá por ello ante un juez cuya justicia prevalece por encima de la humana. E igualmente los que instruyen que deben ser pícaros, que predomina el más fuerte sobre el más débil y el más listo sobre el más puro de corazón; y los que incitan a pasar por encima de la sociedad como apisonadoras.

La familia es algo más que la consecuencia de compartir sexo; es un compromiso inalienable ante el que deberemos un día dar cuenta al Creador del Proyecto. Si se logra constituir como Dios manda, habrá un premio que trasciende la eternidad; pero si se establece desoyendo las leyes divinas, habrá que pagar un alto precio de castigo, igualmente eterno.

Así lo he recibido del Señor Jesús, y así lo trasmito, en su Santo Nombre.

Amén.