TELÓMEROS: NO EVOLUCIÓN, SINO DISEÑO Y CREACIÓN

abril 22, 2008

LA TELOMERASA: ESA GRAN ANTIEVOLUCIONISTA.

Hoy he estado leyendo sobre el ‘Diario Intimo de Unamuno‘, escrito a partir del 9 de abril de 1897, en su retiro de Alcalá de Henares, en el Oratorio de San Felipe Neri, durante sus ‘Meditaciones’, en las que dejó evidencia de su contraposición entre «razón» y «verdad», «dogma» y «misterio», «pensar» y «meditar».

En unos de sus párrafos leí: ‘¡Conócete a ti mismo!… ¡No eres inconocible, conoce tu obra y llévala a cabo! Y, ¿cuál es mi obra? Hay algo más que conocerse (o llevar a cabo su obra) y que amarse, y es: serse. ¡Séte a ti mismo, sé tú mismo y como eres nada, sé nada y déjate perder en manos del Señor!’

Más adelante me llamó la atención otra reflexión:

…»y siembro sin volver hacia atrás los ojos, no sea que me pase lo que a la mujer de Lot; siembro mi grano mirando siempre al porvenir, que es el único reino de libertad, y dejo a la tierra que lo fecunde, y al aire, al agua y al sol que lo fomenten. ¡Ah! ¡Si en vez de inquietarnos por el sembrado grano siguiéramos sembrándolo!»

El narrador, expresó aquí una teoría del espíritu: ‘El espíritu es una semilla depositada en el momento del nacimiento, que cada individuo tiene que cultivar construyendo la propia identidad; el destino propio que cada uno de nosotros tenemos que darnos en la vida: ese tiempo que discurre entre el nacimiento y la muerte.’

Como Unamuno, cada ser humano siente «ansia de no morir«, «hambre de inmortalidad» o «anhelo de eternidad«. Y aunque solo a través de Jesucristo el hombre se abre con posibilidad real ante la perspectiva de derrotar a la muerte, vivir en otro mundo, y descansar eternamente en un paraíso ajeno al dolor, la miseria y la angustia, vemos que, frente a lo inexorable del envejecimiento y del fin de la vida, las personas han buscado la fuente de la eterna juventud… o al menos alguna pista que llevara hasta ella, en otra dirección, durante siglos.

Eso ha generado, a través de los tiempos, infinidad de ficciones enriquecidas con mitos y leyendas de todo tipo, que siempre acaban con elixires mágicos, raíces con propiedades rejuvenecedoras, y muchas cosas más de las cuales es preferible no hablar. Mas lo cierto es que en este plano dimensional, no hay ni habrá eternidad.

A partir del desarrollo de la genética molecular, se llegó a un cuadro más real y exacto de lo que es la vida, y cómo influye la información contenida en el ADN individual, sobre el poder durar más o menos años. Así, en su permanente búsqueda de trascendencia, el hombre está tratando de evitar, o al menos retrasar, el irrefutable deterioro que se alcanza durante su ocaso. La ciencia centra sus expectativas en el campo genético, razonando que la clave de avería orgánica incremental con los años, está en el ADN.

De hecho, ya se han aislado genes que parecen provocar el detrimento gradual de la piel, y que debilitan la eficacia del sistema inmunológico; por ejemplo el gen responsable del síndrome de Werner, un trastorno que provoca una vejez prematura en sus víctimas, cuya mayoría muere antes de los 50 años. Pero, para frenar el proceso de decadencia humana sería necesario tener en cuenta la actividad de muchos genes y no de uno solo.

Hay científicos que dictan que esta batalla podría ganarse de forma muy distinta: quitando radicalmente calorías de la dieta, y provocando así una combustión menor de energía que permitiría vivir más de siglo y medio. Mas, hoy por hoy, se piensa que la clave de declive está en el proceso de división celular, y que el reloj biológico que controla la vida de cada célula, es el ‘telómero’, el ejecutor de regiones terminales de todos los cromosomas; tanto de los eucariotas como en ciertos cromosomas procariotas lineales.

El telómero, situado en los extremos de los cromosomas, a manera de capucha, protege estas terminaciones frente a la degradación; asimismo, se encarga de resguardar la unión de los extremos del ADN, mediante la elaboración de ciertas enzimas reparadoras.

Previamente a la división celular, la célula duplica su ADN, incluida la secuencia de bases que constituyen el telómero. Sin embargo, en una célula normal, la maquinaria de replicación no es capaz de copiar la totalidad de la secuencia del telómero ‘apuntada‘ (no casuística), en una de las hebras del ADN, en el cromosoma. Como resultado, el telómero se hace cada vez más corto en cada replicación.

¿Fue siempre igual? Los cristianos pensamos que no; la Biblia enseña que las primeras 10  generaciones de hombres, de Adán (930), Matusalén (969) hasta Noé (950), vivieron cerca del milenio, precediendo a otras 10, desde Sem (600 años), hijo de Noé, hasta Abraham (175 años), que fueron bajando gradualmente.

Es decir, las revelaciones de la Ciencia confirman, una vez más, las enseñanzas bíblicas: la pérdida de información genética durante generaciones, prácticamente ha determinado la ‘duración de la vida‘, a través de la historia del hombre. Los telómeros, definidos por los propios investigadores como el ‘reloj biológico‘ con el que cuentan los seres vivos, lo ratifican.

Su desgaste, luego de varios ciclos celulares, limita la función protectora para la cual fueron ‘diseñados‘ por el Creador; así, el cromosoma se hace inestable, se crean errores de segregación, aparecen anomalías y diversos tipos de mutaciones. Las células que presentan estos defectos, no solo son incapaces de duplicarse, sino que dejan de ser viables, activándose los procesos de apoptosis: ‘muerte celular programada‘, no casuística ni azarosa, según enseña la teoría evolutiva de selección natural.

Por otro lado, en lo referente a la estructura, el telómero ayuda a mantener la integridad del cromosoma, impidiendo la fusión de sus extremos y la degradación por nucleasas, así como actuando en el anclaje de los cromosomas a la matriz nuclear. Por si todo esto fuera poco, juega un papel muy importante durante la meiosis, el apareamiento y recombinación homologa.

El daño telomérico limita la duración del ciclo vital de la mayoría de las células; pero, en otro ejemplo de ‘diseño y previsión‘, en las células germinales y embrionarias, de las que el organismo no puede prescindir, para poder garantizar la continuidad de la especie, existe un elemento capaz de restaurar la secuencia del telómero, y prolongar así la vida de la célula, manteniendo su capacidad de multiplicación. Este ‘mágico‘ componente es una enzima extraordinaria, la telomerasa: un complejo de proteínas y ARN.

Los telómeros en la mayoría de las especies animales y vegetales y en los microorganismos están constituidos por subunidades cortas de nucleótidos generalmente ricos en timina -T- y guanina -G-. En el hombre la secuencia de cada una de estas subunidades es TTAGGG. El número de repeticiones es variable según las distintas células de un mismo individuo, mas el promedio de repeticiones suele ser constante para cada especie. En el hombre se calcula que alcanza aproximadamente las 2.000 repeticiones.

Sin embargo, los requerimientos moleculares del proceso son tales, que el final 5′ de la cadena hija de cada ADN nuevo no se puede completar, acortándose el telómero. Ello se debe a la presente incapacidad de la polimerasa de ADN, para replicar los extremos de las moléculas. Se estima que cada telómero humano pierde, mínimo, 100 pares de bases de ADN telomérico en cada replicación. Esto representa unos 16 fragmentos TTAGGG. Teniendo en cuenta el número inicial de estas secuencias, al cabo de unas 125 divisiones mitóticas, el telómero se perdería completamente.

Los grupos ‘fosfato’ de estos nucleótidos, son fuentes preferidas por la célula para la transferencia de energía; una de las razones importantes que reviste el poder reponerlos. La acción de la telomerasa permite el alargamiento de los telómeros afectados; es muy activa en células fetales, manteniendo un alto nivel de proliferación en ellas, pero tiene muy poca proliferación en las células del tejido adulto.

Aunque la mayoría de las células suprimen la actividad de la telomerasa tras el nacimiento, (otro ejemplo de diseño inteligente), se sabe que muchas celulas tumorales la reactivan, contribuyendo así a la proliferación de clones malignos. Por ello se sugiere una nueva diana para el tratamiento del cáncer, y varios estudios recientes contemplan la posibilidad de inhibir la telomerasa para detener el crecimiento de las células tumorales.

Pero eso no anula la estupenda actividad de la enzima, pues ella no causa transformación de células normales en cancerosas, sino que la propia pérdida de información codificada en el ADN, es quien motiva las mutaciones que tanto se han debatido en este blog, casi siempre dañinas, pues malogran la maravillosa maquinaria humana, concebida en los orígenes de la Creación.

Los avances científicos, una y otra vez, atestiguan que el metabolismo animal no resulta de una hipotética selección natural que apela a la improbable coincidencia de trillones de ‘casualidades‘,  que deberían haber coincidido en tiempo y espacio para nutrir todo el patrimonio biológico del planeta, sino de un esmerado y analítico proceso que manifiesta mucha previsión, y provee de los mecanismos necesarios para la auto permanencia.

El ‘milagro‘ del telómero y su telomerasa están ahí, y apuntan directamente en sentido contrario a la hipótesis de que procedemos del azar y que derivamos de sucesivos cambios sin control, que han dado lugar, por ejemplo, a ese imponente laboratorio andante que constituye al ser humano.

Somos lo que somos, porque antes fuimos ‘pensados‘… y seremos lo que seremos, por la misma razón; algo incomprensible para todo el que se aferre a la idea de la entidad amorfa que un día arribó a una playa, y comenzó a transformarse en hierba, manzano, yuca, banano, roble o perejil, por un lado; y lagarto, dinosaurio, mariposa, ave, mono y hombre por otro.

Lo atestigua la sangre en la cruz, de alguien que dos mil años atrás, de espíritu se hizo humano y acreditó su poder con curaciones y milagros de todo tipo; resurrección de muertos aparte, la suya propia incluida. Formamos parte del definitivo proyecto de Dios: una vida en su gracia y sin muerte, para aquella parte de la humanidad que crea en Él, viviendo según sus leyes y enseñanzas; una de las cuales proclama:

«Dijo Jesús: ‘Para juicio he venido yo a este mundo; para que los que no ven, vean, y los que ven, sean cegados.’ Entonces algunos de los fariseos que estaban con él, al oír esto, le dijeron: ¿Acaso nosotros somos también ciegos? Jesús les respondió: ‘Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; mas ahora, porque decís: Vemos, vuestro pecado permanece’.» (Juan 9:39)

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