«Porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas de parte de Dios para la destrucción de fortalezas; destruyendo consejos, y toda altura que se levanta contra la ciencia de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia del Cristo.» [2ªCo 10:4-5]
Uno de los recursos al que se apela desde el ateísmo científico, para desvirtuar la verdad contenida en la palabra de Dios, es la improbabilidad de un universo de 6000 años, fundamentándose en que existen estrellas tan lejanas, que imponen por necesidad, miles de millones de años para que se formara lo que hoy aparece ante nuestros ojos.
Por ejemplo, la NASA, mediante su Telescopio Espacial Hubble, localizó la luz de la más lejana supernova jamás vista, una estrella ‘agonizante‘ que, según datos humanos, estalló hace 10.000 millones de años. La detección y análisis de la nominada ‘1997ff’, corroboró la idea que hace algún tiempo se viene manejando, sobre existencia de una ‘misteriosa‘ forma de energía permeando el cosmos, haciendo que las galaxias se alejen cada vez más rápidamente unas de otras. Asimismo, consideran esta estrella como un primer indicio de la desaceleración del universo, luego del Big Bang, antes de que comenzara a acelerar.
Al margen de tales apreciaciones [reconfortantes para aquellos que propugnamos la existencia de tal ‘energía’, predicha en la Biblia], vemos que una vez más se hablan de miles de millones de años, con la misma seguridad con la que se podrían referir a la arena del Atlántico. Por lo pronto, yo prefiero concentrarme en los errores de conceptos que han implicado incluso a científicos de la talla de los que forman parte del equipo NASA, quienes, para todas las conclusiones de sus cálculos, toman en cuenta la velocidad de la luz, como la mayor posible en el vacío: 300 000 km/seg.
A modo de análisis, quiero dirigir vuestra atención hacia la constelación de la Jirafa, de la que los astrónomos comentan que se ubica ‘allí dónde no hay nada‘. Situada entre la constelación del Cochero y la estrella Polar, en una zona cósmica muy poco ocupada, La Jirafa se halla al nordeste de tres constelaciones fácilmente localizables: Casiopea, Céphée y el Cochero. Allí se reconoce a Capella, bajo la imagen, y en la cumbre: Polaris, la estrella polar, marcando el inicio de la Pequeña Osa.

Constelación La Jirafa.
La Jirafa se centra sobre el eje Capella-Polaris; y en esta constelación, solo dos estrellas son visibles a simple vista: ‘α Cam‘, y la súper gigante ‘β cam‘; ambas distantes de la Tierra a 6939 y 1100 años luz respectivamente.
El año luz es medida de longitud, no de tiempo. Se conceptúa como el espacio surcado en un año. En concreto, la distancia que cubre un fotón en el vacío: 9,46 X 10 a la doce, kms., calculada en base a los 300 000 kms/seg establecidos para la velocidad de la luz.
Ahora bien, considerando que el cerebro normal menos ágil es capaz de procesar la imagen más lejana, en menos de ½ seg, podemos considerar ese tiempo de llegada de tal visión, desde su punto lejano en el espacio, hasta la retina. Por otra parte, si α Cam, es visible y procesable por el ojo humano, pese a estar situada a 6939 años de luz de la Tierra, eso implica que su imagen ‘viajó‘ hasta el procesador cerebral, cubriendo una distancia de:
Para que se entienda mejor su magnitud: 65,642» 940 000′ 000 000… ¡del orden de los billones de kms!
Con estos datos podemos calcular la velocidad que necesariamente imprimió esa imagen, para llegar al ojo [de modo comprensible para cualquiera]:
Relacionándolo con la velocidad de la luz, [300 000 kms/seg] creída la más rápida:
Es decir: la velocidad con la que una imagen del cosmos viene a nuestro cerebro, es 43, 761′ 960 000 veces más rápida que la luz. Léamoslo bien, para asimilar mejor la diferencia:
La velocidad de la imagen de la estrella que viajó del espacio a la retina, resultó ¡Cuarenta y tres mil setecientos sesenta y un millones, novecientas sesenta mil veces, más rápida que la velocidad establecida como más rápida por el ser humano! Efecto objetivo, no hipotético; lo que físicamente ocurre cuando se alza la vista y se enfoca cualquier punto en el espacio, comprobable por todos, sin necesidad de ser una persona de ciencias.
La imagen escogida, ya sea general, conteniendo todas las estrellas que seamos capaces de procesar en el cerebro o individual, seleccionando solo una, cumplirá su cometido con independencia de la atroz distancia, y llegará a nuestro ojo en menos de un segundo.
De modo que lo considerado por los hombres como ‘velocidad más rápida del espacio‘, resulta incapaz de hacerle sombra a la velocidad que se le imprime a una imagen, si el ojo humano la enfoca y la trae hasta el destino de su ‘diseño‘.
Así, queda empíricamente demostrado que resultó posible la Creación de Dios, tal como lo establece la Biblia: hace unos pocos miles de años. Lo podemos apreciar hoy con nuestros propios ojos, al margen de cualquier teoría tergiversadora que intente sumirnos en un universo eónico, en base a confusiones, abstracciones, planteamientos euclídeos o einstenianos. Una vez más se verifica que la Palabra de Dios, cuando es puesta a prueba por el cientificismo ateo, sale victoriosa. Y no es de extrañar; la Verdad le ampara.
Por último, quiero pedir que vuelvan a mirar la imagen, representativa de una ínfima fracción de ese firmamento que tenemos encima: minúscula parte de la obra de Dios, en el cuarto día de su Creación. Piensen que todo lo que esté en el cielo, capaz de interactuar con nuestro sistema visual, por lejano que esté, será procesado en fracciones de segundo por el cerebro. Y para ello, viaja desde el espacio, en forma de imagen, muchísimo más rápido que lo que la ciencia humana ha sido capaz de detectar.
Háganle una ofrenda al Creador, desde su corazón, reconociendo lo insignificantes que somos ante Él, y dándole las gracias por abrirnos la posibilidad de estar bajo el gobierno eterno de Su Hijo Jesucristo. El Señor se manifiesta ante quienes le aman, y permanece invisible ante quienes no quieren verle… se ríe de esa parte de la Ciencia que camina en dirección contraria a la que Él ha fijado, hasta que dé por concluido el tiempo de las oportunidades de cambio.
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