… ‘Y Jesús les dijo’: «YO SOY el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás. Mas ya os he dicho, que aunque me habéis visto, no creéis. Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera…» [Juan 6:35-37]
Debido a imprevistos, no he incorporado nuevos artículos desde el 29 de marzo pasado; sin embargo, gracias a Dios y aunque con tan poco tiempo que no puedo abrir los debates, retomo la defensa de la verdad de su Creación, y de la jerarquía legada a su hijo espiritual: el Jesucristo hecho hombre. Asimismo, junto a otros hermanos en la fe, continuaré difundiendo el mensaje del perdón de los pecados, y la opción de vida eterna ofrecida por el Señor Jesús, para todo aquel que crea en Él y decida iniciar una nueva vida bajo el control de Su Espíritu Santo.
Nuestro empeño forma parte integral del primer deber cristiano. Mientras la Palabra de Dios rige nuevos corazones cada día, otros se alejan cada vez más con obstinación del único camino que conduce al ser humano a la auténtica seguridad. Y lo peor es que además, consciente o inconscientemente, ese conjunto hace lo posible por remolcar en su rumbo a todo el que pueda, recurriendo a una seudo ciencia tutelada por el propio antiCristo que enfrenta al Señor desde el principio de los tiempos.
Así, el principal objetivo de este blog ha sido y es, alertar sobre ello, demostrando cuánta mentira y tergiversación hay en realidad tras de cada flecha vestida con bata blanca que pretende dirigir al ser humano en dirección contraria a la Verdad, buscando el crédito necesario a través de una falsa ciencia.
¿Hay alguna prueba testimonial de la era Paleozoica, Mesozoica, etc? ¡No! Han hecho tal división temporaria utilizando isótopos convenientes, mientras excluyen otros igual de válidos, pero menos favorables, pues conducen a la idea de un planeta de solo algunos miles de años… más congruentes con la Creación de seis días y el tiempo bíblico asignado al Universo. Y si una primera medición no arroja los datos esperados, ajustan los sistemas de datación, tratando las muestras según convenga; muchas veces, forzándolas mediante distintos procesos químicos a que arroje el resultado que desean.
Luego, se aplica el argumento anticientífico: ‘solo con el tiempo suficiente, es posible que un alga trasmute en bacteria, dinosaurio, roble americano, cedro, mariposa, mono… u hombre.’ No se tiene en cuenta que el ADN establece fronteras biológicas inexpugnables ni que el paso fundamental, la elemental conversión de célula procariota en eucariota [de alga unicelular a animal o vegetal superior], jamás ha podido ser divisada en ningún laboratorio del mundo.
El que, pese a la ausencia de tal evidencia ineludible, se propugne la teoría de la evolución de las especies como un hecho científico, no puede ser calificado de otra forma que como un capricho nacido en la mala intención que siempre caracteriza al fraude. En realidad, el ateísmo, las eras geológicas y la teoría evolutiva, son letras distintas de la misma copla antiCristo: ‘Sinfonía de la Mentira‘.
No obstante, hoy tocaremos otro tema; se hará un alto en esa crucial dinámica demostrativa de cuán frágiles y vulnerables son en verdad los sistemas de datación que timan sobre eras eónicas, y la teoría que saca palomas desde chisteras reptílicas. Me esforzaré en llevar la atención a lo que considero más importante que cualquier otra cosa: la Instrucción de Jesús y las consecuencias que su enseñanza aporta al ser humano.
La realidad histórica de Cristo, sus milagros, su crucifixión, y la razón de esta, ha sido recogida no solo por la tradición cristiana, y por los mismos enemigos que le condujeron al martirio de la Cruz, sino también por historiadores del siglo I, casi contemporáneos con el Señor.
No hay pretexto válido para no creer en el Mesías Salvador. De la misma forma que millones de personas en el mundo no dudan acerca de los alegatos escritos sobre existencia de babilonios, persas, medos, Alejandro el Magno, el descubrimiento de la pólvora, y de culturas que antecedieron en varios siglos al Hijo de Dios, así también se debería creer en los hechos recogidos por manuscritos, cuya procedencia no siempre resultan de índole mística, sino muchas veces histórica.
Además de las fuentes rabínicas del Talmud, de gran interés, pues proceden de adversarios espirituales de Cristo y del cristianismo, también hay datos aportados por Flavio Josefo [año 37 d.C], al señalar que sedujo a Israel (Sanh 43 a); este último de enorme relevancia, pues le relaciona directamente con la razón de la muerte de Jesús. Hacia el año 93, escribió ‘Antigüedades Judías’, mencionando a Jesús de Nazaret, en el capítulo XVIII.
Igualmente, otros cronistas del siglo I, posteriores e inmediatos a Jesús, como Tácito, Suetonio y el Príncipe de Bitinia, hablan de Jesucristo. De modo que, si se acepta que en clases de Historia se estudien personajes de la antigüedad, no existe más razón que la mala voluntad para impedir que también se hable de Jesús, un protagonista tan real como cualquier otro, y de muchísima mayor relevancia social, pues pese a todo, nadie ha logrado impedir que la influencia de sus actos y milagros haya sobrevivido a dos milenios, y permanezca aun en el corazón de muchas más personas de las que algunos prefirirían.
Y ese personaje histórico tan real como la vida misma, el Señor Jesús, nos exhorta, a través de un testigo directo que le sobrevivió, Su apóstol Juan:
‘Y les habló Jesús otra vez, diciendo’: «YO SOY la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, mas tendrá la luz de la vida«. [Jn 8:12]
Sin ningún tipo de duda, se está refiriendo a la vida eterna que promete a todos aquellos que le acepten como el Salvador. Ahora bien, ¿cómo se sigue a Jesús? Solo hay una forma posible: obrando según Él, hecho hombre, instruyó en su etapa de apostolado.
Le estaremos traicionando cada vez que nos apartamos de sus consejos y actuemos contra su Palabra, en cualquiera de los tópicos que trató, incluso en aquellos que creamos ‘poco importantes‘, desde la lógica humana. Si actuamos al margen de sus instrucciones, estaremos comportándonos de forma indigna, dejándonos influir por su enemigo… y crucificándole de nuevo con nuestros actos.
Y es que la capacidad de aceptarlo responde a una decisión individual, pues el Señor requiere que se le invoque, tal como no los hace saber en su testamento, en Apocalipsis 3:20:
«He aquí, que yo estoy parado a la puerta y llamo; si alguno oyere mi voz, y abriere la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo«.
Sin embargo, pese a que hay mucho más por ganar que lo que se pueda perder, algunos deciden obviar preceptos y reclamos de Jesús, sin pensar que al no aceptarlo [sea de forma consciente o inconsciente], se están aliando automáticamente con su enemigo, satanás, aunque haya quienes rían ante este comentario. Y lo malo de esto es que no se puede alegar ignorancia, pues a través de los siglos, la profecía de Isa 54:13 al respecto ha tenido cumplimiento:
«Y todos tus hijos serán enseñados del SEÑOR.»
¡Qué fácil es la salvación, y sin embargo, qué difícil resulta para algunos obstinados! A estas alturas, todos sabemos perfectamente qué se espera de nosotros; de modo que nadie podrá alegar ignorancia en el momento de cada juicio individual, que llegará tan inexorable, como que cada ser humano enfrentará su propia muerte física. La pauta de comportamiento nos es recordada constantemente a través de las Escrituras; y el mismo Cristo, nos alerta personalmente, en Mateo 10:38:
«… y el que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí«.
Ahora bien, ¿qué quiso decir el Señor con esto? No tiene otro significado que este: quien no le siga, a pesar de sus aflicciones personales o yendo contra los influjos de la vida sensual y material [subordinando a estos el propio espíritu que proviene de Dios], no será digno de su justicia, en la hora de la balanza.
En realidad, estamos ante una implicación más compleja que la que se aprecia a simple vista. Por una parte, el mensaje al agnóstico está claro: quien muera en la negación o duda de la existencia de Cristo y de su regreso restaurador, en el día en que concluyan los tiempos de esta Dimensión de vida material, lo tendrá muy difícil:
‘Y les decía’: «Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba; vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo. Por eso os dije que moriréis en vuestros pecados; porque si no creyereis que YO SOY, en vuestros pecados moriréis«. [Juan 8:23-24]
Por otra parte, la implicación de los cristianos en el ‘tomar Su cruz y seguirle‘, también tiene sus diferentes contextos, según quien reconozca a Jesús como Hijo de Dios, con su capacidad de perdonar pecados, de inscribir nombres personales en el Libro de la Vida y otorgar eternidad en su Reino definitivo.
Si a un creyente le van bien las cosas en el mundo, lejos de la precariedad, y de las enfermedades, solo es por la voluntad de Dios, porque Él considera que así debe ser. Así, seguir a Cristo en tales condiciones forma parte de un compromiso; es una respuesta de gratitud por la gracia recibida.
Pero si alguien que acepta al Hijo de Dios, comienza a vivir de pronto experiencias personales dolorosas y contradictorias, no debe desanimarse, sino que es entonces cuando más debe confiar en el Señor, pues seguramente estará atravesando una prueba imprescindible para ascender a un nuevo nivel que el Creador tiene en perspectiva para la persona. Tal como está escrito en las reflexiones de Job 36:15:
«Al pobre librará de su pobreza, y en la aflicción despertará su oído.»
Algo que puede leerse como: ‘Mediante el sufrimiento, Dios salva al que sufre; mediante el dolor le hace entender‘.
Y es que no hay mejor puerta de entrada a la convicción, que la del dolor: no habrá olvido de la experiencia adquirida a través de una prueba dura y difícil… así como tampoco, mejor forma de demostrarle que le somos fieles, cargando con nuestra cruz eventual y siguiéndole, tal cual solicita y merece, pues es en la adversidad donde no se debe perder la perspectiva de que tanto en las buenas como en las malas, Cristo representa la mejor puerta de salida.
Esa es precisamente la ‘Cruz‘ a la que se refiere Cristo, cuando nos advierte que quien no asuma su momento de prueba, no es digno de Él; es en los momentos díficiles cuando en lugar de venirnos abajo y dudar, debemos insistir en nuestro compromiso de comportamiento en fe, y en la misión de continuar propugnando la instrucción de Jesús, sus promesas y alertas, con mayor intensidad incluso que cuando iban bien las cosas. No hay mayor alabanza al Señor que el sacrificio.
El apóstol Pablo nos lo enseña desde la cárcel: según él, no tuvo un período de mayor difusión de la Palabra de Dios, que cuando se vio bajo cadenas. Su fe en Cristo multiplicó su actividad evangelista, y su influencia sobre el mundo de aquella primera época de vida cristiana. Incluso en Hechos de los Apóstoles, 16:25-26, atestigua cómo cayeron sus cadenas, en cuanto comenzó a orar y a alabar la grandeza y fidelidad de Dios.
‘A eso de la medianoche, Pablo y Silas se pusieron a orar y a cantar himnos a Dios, y los otros presos los escuchaban. De repente se produjo un terremoto tan fuerte que la cárcel se estremeció hasta sus cimientos. Al instante se abrieron todas las puertas y a los presos se les soltaron las cadenas.»
Probemos al Señor en esto: olvidemos nuestras cadenas y confiemos en Él; se romperán los eslabones que nos atan, se aligerará nuestra cruz, y al final apareceremos dignos ante sus ojos, igualmente dispuestos, pero más preparados espiritualmente, para ofrecerle los frutos de confirmación que Él merece, los rendimientos en obras que espera de todos… y un premio mayor que cualquier corona: poder compartir bajo su Gobierno la vida eterna que nos prometió, antes de inmolarse en la Cruz, mostrándonos la forma y el camino.
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