«Tengan cuidado de sí mismos y de todo el rebaño sobre el cual el Espíritu Santo los ha puesto como obispos para pastorear la iglesia de Dios, que él adquirió con su propia sangre.» [Hechos 20:28]
Hoy haré un paréntesis; un breve stop en los últimos artículos en que vengo mostrando la ineficacia y el error constante de los actuales sistemas de datación. Y se debe a que las fechas eónicas y la teoría de la evolución de las especies, con inexactitudes, errores y tergiversaciones denunciados sistemáticamente, no son todo el peligro contra la fe. Solo son dos de las herramientas usadas por el enemigo de Dios, para mostrarse como el antiCristo avisado en el Nuevo Testamento.
Constantemente en este blog se ha venido señalando cada situación obvia, que conspira contra la Verdad, porque son muchas las formas en que la iglesia de Jesús resulta atacada, ante la impasibilidad, indiferencia, e incluso a veces connivencia, de los comprometidos con el Señor.
El príncipe de las sombras ha desarrollado un astuto asalto en toda regla, y en todas direcciones, para dinamitar, debilitar, y separar la casa que Cristo construyó, hace algo más de dos milenios. Así, la punta de la lanza del maligno, sutil e insinuosa, hace caer incluso a los mismos para quienes fue escrita la Palabra.
En Efesios 1:22-23 se nos instruye:
«Dios sometió todas las cosas al dominio de Cristo, y lo dio como cabeza de todo a la iglesia. Ésta, que es su cuerpo, es la plenitud de aquel que lo llena todo por completo.»
La lección es todo un símbolo: cabeza rectora, y cuerpo ejecutante. Así, como cada gota del agua de un río mana con la misma fuerza y en una misma dirección, la iglesia de Cristo debería armonizar en afinidad y trayecto, para que la Palabra de Dios, confluyendo intensa e íntegra, llegara sin controversia al corazón de cada humano, sin importar el punto del planeta donde lata.
El ‘Divide y vencerás‘ ha azolado por siglos al cristianismo… y los cristianos no avivamos; no somos capaces de ver el peligro, a pesar de que hemos sido advertidos desde el principio, por el más capacitado para hacer advertencias, el propio Jesús, en Mat 23:9-12:
«Y vuestro padre no llaméis a nadie en la tierra; porque uno es vuestro Padre, el cual está en los cielos. Ni seáis llamados maestros; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo. El que es el mayor de vosotros, sea vuestro siervo. Porque el que se ensalzare, será humillado; y el que se humillare, será ensalzado.»
A pesar de este consejo directo, se viola la Instrucción; demasiados ‘maestros‘, cada cual con puntos de vista distintos, se han mostrado a sí mismos como poseedores de la Verdad, adulterando la intención primigenia, y dividiendo el opulento río de Cristo en muchas corrientes. Así, el torrente de Agua Viva, la Palabra del Dios Creador, chocando contra las rocas de la contradicción ha perdido caudal, y con ello, fuerza, emergiendo un único vencedor: el enemigo de Dios, el urdidor de cada uno de los planes de debilitamiento.
El capítulo de Hebreos 12 nos educa eficazmente: Cristo es pauta y salvación de la iglesia; solo a Él incumbe ser cabeza. Sabiendo la debilidad de ‘prevalencia‘ que ata al ser humano, nos dejó escrito en claro texto cada uno de sus preceptos, cada cosa que necesitamos saber. Pero no nos despojamos del lastre que nos estorba, el pecado que nos asedia: cedemos ante la vanidad y eso nos impida correr con entereza la carrera hasta Jesús.
Si nuestra vista estuviera firme en el Señor, el autor y perfeccionador de nuestra fe, quien sufrió la cruz y digirió la vergüenza que implicaba, otra fuera la situación actual: seríamos más fieles, y su Palabra ejecutaría la acción para la que fue pensada, resonando igual en todas las paredes de todas las iglesias cristianas que existen, evitando contradicciones.
Pero la fidelidad solo es fruto del látigo de la fe. Jesús nos dio una muestra: antepuso la voluntad del Padre a sus preferencias. Así, nosotros debemos anteponer a la voluntad de la Palabra escrita, toda deducción humana; y si la Biblia dice ‘perdono‘ y ‘nueva criatura es‘, hablamos de perdón y vida eterna; pero si luego dice:
«Por lo cual ten memoria de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; si no, vendré presto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te enmendares. [Apoc 2:5]
Entonces es que nuestro comportamiento no ha sido el adecuado después de haber sido perdonados, y en nosotros verá cumplimiento su otra palabra, que bajo ningún concepto debe ser excluida, la de Apo 3:19:
«Yo reprendo y castigo a todos los que amo: sé pues celoso, y enmiéndate.»
Cada palabra bíblica de Cristo tiene un objetivo; Él supo muy bien en todo momento por qué dijo lo que dijo, y a quien iba dirigida cada una de sus frases, pues la versatilidad en fe, amor y obras del humano, va en relación directa con la fortaleza espiritual de la persona. Y Jesús, que todo lo sabe sobre nosotros, conoce perfectamente los distintos grados de espiritualidad que prevalecen, o se dejan vencer por la carne, según sea.
Por ello, si vemos que en la iglesia la vida no trata igual a todos los hermanos, quien viva el momento difícil debe soportarlo tal cual Cristo mostró Su fidelidad, sufriendo sin culpa, solo para instruirnos. Lo que se sufre, para disciplina es; para aprender a ser fiel, y a dar gracias a Dios cuando nos van bien las cosas, igual que cuando no es así. Y es que jamás debemos perder la perspectiva: esta es solo una estación de tránsito y fragua; se nos prepara para el examen final, la catapulta a la vida eterna, bajo el gobierno del Señor.
Dios nos trata como a hijos. Y, ¿qué buen padre no disciplina a sus hijos? Lo contrario, sí sería malo, porque la falta de disciplina puede deberse a que ya hayamos sido sentenciados; y en ese caso solo nos quedaría la opción de arrepentimiento y entrega total al Señor… para sufrir entonces la adecuada disciplina.
¿No hemos de someternos pues, al Padre de los espíritus, para disfrutar luego de pasar por el tamiz, de la paz del espíritu? Ninguna corrección sabe bien cuando se está recibiendo; pero una vez pasado el entrenamiento, nuestras fuerzas saldrán renovadas y seremos más aptos.
«Hagan sendas derechas para sus pies, — se nos instruye— para que la pierna coja no se disloque sino que se sane.» Busquemos la paz que deriva de la penuria, y la paz vendrá a nosotros en el momento preciso; mientras tanto, que ninguna raíz amarga brote ni cause conflictos ni corrompa, sino que la aflicción haga su trabajo, y la fe crezca y nos fortalezca, como es imprescindible que suceda. Pero sobre todo, y esto es muy importante: evitemos la tentación de crear una Biblia conveniente, pues nuestro deber no es intentar vender un auto, sino presentar al Crucificado, propugnando las instrucciones que Él nos dejó escritas, tal cual nos las trasmitió.
Tampoco nos convirtamos en jueces de nadie, pues cada prueba tendrá una espalda donde caer, y cada espalda su instante de método. Así, de la misma manera que el dolor viaja hacia la llaga, la prueba no corre hacia el placer, sino hacia donde es capaz de provocar heridas. No es lo que nos place lo que edifica, sino lo que nos hiere, pues solo mediante el dolor se consolida la fuerza del espíritu.
Nos hemos acercado a Dios, el único juez, mediante Jesús, el mediador del nuevo pacto… y a Su sangre rociada, que salpica a todo el que se acerque al Hijo de Dios. Seamos celosos de no rechazar al que habla, ni alterar ni uno de sus cánones, pues si no escapó quien resistió al que los amonestó en la tierra, mucho menos se podrá huir si objetamos amonestación procedente desde el cielo. Fortalezcamos la iglesia en la fidelidad, tal como nos lo aconseja el Pastor del siguiente vídeo:
YO QUIERO UNA IGLESIA.
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